Cristián Cabrera
A.*
En
el siguiente trabajo exponemos el concepto de “yo soy” desarrollado por
Descartes en las primeras dos Meditaciones
metafísicas. Luego, mostramos la
crítica que Husserl hace a Descartes en la Crisis
de las ciencias europeas, exhibiendo en ella los fallos
en el descubrimiento filosófico cartesiano, fundamentalmente en lo que dice
relación con la aplicación de lo que Husserl denomina, la “epojé cartesiana”;
finalmente, exponemos la critica que Jean Patocha realiza a Husserl bajo la
tesis de que éste no habría podido salir de la “subjetividad” cartesiana, aun
cuando la modifica. Por consiguiente, Husserl no sólo no logra reducirla sino también,
según Patocka, la lleva como herencia en su propia articulación de la “subjetividad
trascendental”.
I
Husserl
efectúa una crítica a Descartes, crítica que expone, por un lado, la hazaña
filosófica de este pensador y, por otro, expone su fracaso en este mismo acto.
Husserl reconoce y recomienda que debe tomarse en consideración lo alcanzado
por Descartes, según él, constituye un
verdadero descubrimiento la elaboración del ego
cogito cartesiano. Las Meditaciones primera y segunda muestran, según
Husserl, la marcha de Descartes hacia este ego revelado por este filósofo[1].
Antes
de entrar en la crítica de Husserl a las Meditaciones cartesianas expongamos
brevemente la propuesta de Descartes, expresada en las Meditaciones
Metafísicas, particularmente, la primera y segunda meditación.
En
el resumen a las seis meditaciones, Descartes expone lo que tratara en cada una
de ellas, respecto a la primera señala que dará las razones para “dudar en
general de todas las cosas”, éste ejercicio de duda general tiene por fin
“liberar de toda suerte de prejuicios”. Luego agrega que la duda general “nos
prepara un camino fácil para acostumbrar a nuestro espíritu a separarse de los
sentidos”[2].
Lo que según Descartes aflorará con el ejercicio intelectual de la primera
meditación será “nuestro espíritu”.
El
resumen a la segunda meditación señala que el ejerció de la duda general nos
conducirá hacia una certeza indubitable, la certeza de “que él mismo sin
embargo no exista”. A continuación se operará la siguiente distinción de “aquello
que le pertenece a él, es decir, a la naturaleza intelectual, de aquello que
pertenece al cuerpo”[3].
Vayamos
ahora al desarrollo pormenorizado de estas dos primeras meditaciones. Descartes
emprende en la primera meditación el ejercicio de poner en duda todo lo que
hasta ese momento había aceptado como cierto, “de suerte que me era preciso
emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las
opiniones a las que hasta entonces había dado crédito”. Para llevar a cabo esta tarea Descartes
señala que no requerirá de poner en duda
todas y cada una de las opiniones en las que ha creído hasta ese
momento, más bien se dirigirá a los “fundamentos” en los que ellas se
sustentan. La duda cartesiana pondrá en cuestión el fundamento último de todas
sus convicciones, lo que resultará en la destrucción de todas sus opiniones
antiguas.
“Todo lo que he admitido
hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he aprendido de los sentidos
o por los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me
engañan, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos han engañado
una vez”[4].
A
continuación Descartes procederá a desmotar mediante el análisis de la vigilia
y el sueño lo engañoso de los sentidos, los datos que obtenemos del mundo
exterior a partir de los sentidos. Los sentidos para Descartes funcionan
mediando entre el mundo exterior y nuestro fuero interno. El resultado del
estado de vigilia y de sueño es que nada nos asegura con total certeza que lo
que estoy percibiendo es absolutamente verdadero, incluso cuando el dato que
nos aportan los sentidos es el de las partes de nuestro propio cuerpo.
Descartes operará una desconexión total entre le intuición intelectual y
nuestra corporalidad. En este ejercicio intelectual que pone en cuestión la
certeza que nos aportan los sentidos, Descartes busca pensar en algo que
finalmente resulte un pensamiento simple, es decir, no divisible, lo contrario,
de las percepciones que tenemos por medio de los sentidos que como pensamientos
están fisurados por una multiplicidad de datos complejos e inestables.
Esta
primera meditación expone el ejercicio reflexivo de un yo que analiza sus
operaciones distinguiéndolas por su nivel de certeza. Es un “yo” que se retrotrae
finalmente a la certeza indubitable de sí mismo y a la puesta en cuestión del
mundo externo. Husserl se detendrá en esta cuestión en un doble sentido: para
analizar el método cartesiano, reconociendo en él una señal de la epojé, y en segundo lugar para
criticar su aplicación.
En
la segunda meditación Descartes radicaliza su actitud escéptica poniendo ahora
en cuestión el mundo en su totalidad. Somete al ejercicio de la duda todo lo
que los sentidos aportan como datos del mundo. En el fondo Descartes pone en
cuestión nuestra experiencia sensible del mundo. Centra su análisis en el
fenómeno de la percepción visual, lo que veo, según Descartes, puede ser
engañoso. La vista no representa de ninguna manera algo que nos garantice
certeza absoluta. Los objetos que percibo en el mundo y todas sus cualidades como “cuerpos”, figura,
extensión, movimiento y lugar no son, dice Descartes, sino quimeras de mí
espíritu”[5].
Entonces, si lo que recogen mis sentidos en mi experiencia sensible del mundo
exterior no es de ninguna manera fiable cabe hacerse una pregunta: “¿Qué podré
entonces tener por verdadero?”, se pregunta Descartes. Esta es una de varias interrogantes
que se plantea en su búsqueda de un fundamento de certezas último y absoluto.
La mayoría de estas preguntas, en esta segunda meditación, retrotraen y
repliegan cada vez con mayor
obligatoriedad hacia un ámbito de incuestionables garantías. Veremos cuál es
éste.
Agreguemos
lo siguiente, más allá de la función retórico que pudieran tener el conjunto de
preguntas planteadas por Descartes, en tanto también no se puede aplicar la
duda metódica si no es en actitud interrogativa, ésta posibilita la re-flexión
que el ejercicio escéptico supone. Quien se plantea este tipo de preguntas es
impulsado a volver sobre sí mismo como último “refugio” cuando toda mi
experiencia mas inmediata con el mundo ha sido puesta en suspenso. En qué
consistirá este ámbito indubitable, Descartes ya lo revelará.
Mientras
tanto hay una anticipación del fundamento con el que da Descartes, en la formulación
de la siguiente pregunta: “¿qué sé yo si no habrá otra cosa, distinta de las
que acabo de reputar inciertas, y que sea absolutamente indubitable?”[6].
Esta pregunta es importante porque ya advierte que la duda busca una certeza
última. Descartes se preguntará si lo que piensa (en ese instante) se debe a sí
mismo o a un poder externo que puso ese pensamiento en su cabeza y que incluso
pudiera estar engañándole. Como quiera que sea, que lo que pienso sea el
resultado de mi propia actividad de pensamiento o que un ser ajeno a mi ponga
esos pensamientos en mi cabeza, en uno u otro caso, dice Descartes, “yo soy
algo”, ¿por qué? porque soy yo el que piensa cuando piensa y soy yo el engañado
cuando soy engañado.
Descartes
pone en duda toda su experiencia del mundo, el mundo entendido como el conjunto
de cuerpos. Husserl encontrará aquí un aspecto no cuestionado por Descartes, el
concepto que éste tiene de experiencia. En su oportunidad expondremos este asunto.
Cuando dudo de
mi experiencia del mundo descubro que hay algo de lo que no puedo dudar, que
soy yo el que duda. La certeza de que quien duda de todas sus experiencias del
mundo soy yo, incluso de que soy yo quien no puede distinguir con total
veracidad sus estados de sueño y de vigilia, de que soy yo el que estoy aquí y
además muevo esta parte de mi cuerpo, todo esto puesto en duda, finalmente se
me presenta con total evidencia de que “yo soy”. Descartes ha dado con el ego. En tanto que “yo soy” “yo existo”,
esta es una proposición irrefutable, dice nuestro pensador.
Sin
embargo, en qué consiste este “yo soy” al que Descartes a arribado, dice
nuestro filosofo, “yo soy” “yo existo”; eso es cierto, pero ¿cuánto tiempo?
Todo el tiempo que estoy pensando: pues quizá ocurriese que, si yo cesará de
pensar cesaría al mismo tiempo de existir. No admito ahora nada que no sea
necesariamente verdadero: así, pues,
hablando con precisión, no soy más que una cosa que piensa, es decir, un
espíritu, un entendimiento o razón, términos cuyo significado me eran antes
desconocidos”[7].
Lo que caracteriza al “yo soy” es el pensamiento, el hecho que piensa, su
conciencia de sí. La evidencia del yo en tanto “es” es el pensar. La identidad
del “yo soy” esta garantizada en este repliegue sobre sí mismo como cosa
pensante o res cogitans. Más adelante, en la meditación, Descartes interroga el
modo de ser de esa “cosa que piensa”, se pregunta, “¿qué es esa cosa que
piensa?” y responde: “Es una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que imagina
también”[8].
Es decir, Descartes concentra todas estas “actividades” en ese centro o núcleo
descubierto por él que es el ego. A pesar de ello esta cosa que piensa no es fenoménica. Todo
lo contrario ante ella todo se “fenomenaliza” de un modo nuevo. Este también
será un asunto en el que se concentrará la crítica de Husserl.
A
continuación Descartes pone a prueba su descubrimiento y lo hace con el ejemplo
de la cera. Lo que busca es exhibir el grado de evidencia de la intuición
intelectual, el “examen del espíritu”, y
el que pueden aportar los sentidos. Los sentidos sólo se apoyan en percepciones
relativas, en cambio, el entendimiento puede conocer más y objetivamente aun
cuando se mueve en el ámbito de las “ideas” o del pensar. El entendimiento o la
razón acceden más profundamente a la consistencia de las cosas que lo que ellas
mismas nos muestran a partir de sus cualidades sensibles; accede a sí mismo
como espacio de evidencia irrefutable, espacio de ideas claras y distintas.
Esto porque en cada una de sus actividades el mismo se tiene así por evidente.
Terminemos
nuestra exposición de esta segunda meditación con la siguiente cita que
fundamenta lo que hemos dicho y que nos parece relevante para nuestros
propósitos:
“Y, en fin, ¿qué diré de ese
espíritu, es decir, de mi mismo, puesto que hasta ahora nada, sino espíritu,
reconozco en mí? Yo, que parezco concebir con tanta claridad y distinción este
trozo de cera, ¿a caso no me conozco a mi mismo, no sólo con más verdad y
certeza, sino con mayores distinción y claridad? Pues sí juzgo que existe la
cera porque la veo, con mucho más evidencia se sigue, del hecho de verla, que
existo yo mismo. En efecto: pudiera ser que lo que yo veo no fuese cera, o que
ni tan siquiera tenga yo ojos para ver cosa alguna; pero lo que no puede ser es
que, cuando veo o pienso que veo (no hago distinción entre ambas cosas), ese
yo, que tal piensa, no sea nada. Igualmente, si por tocar la cera juzgo que
existe, se seguirá lo mismo, a saber, que existo yo; y si lo juzgo porque me
persuade de ello mi imaginación, o por cualquier otra causa, resultará la misma
conclusión. Y lo que he notado, aquí de la cera es lícito aplicarlo a todas las
demás cosas que están fuera de mí”[9].
II
Husserl
se detendrá fundamentalmente en hacerle la crítica a Descartes por su falta de control en la aplicación de la duda. No obstante ve
en Descartes un gran descubridor filosófico, alguien que anticipo el método fenomenológico
de la epojé. En el parágrafo 17 de la Crisis,
Husserl expone la grandeza de la hazaña de Descartes. Sin embargo, de la misma
manera que es grande y novedosa lo es al mismo tiempo su fracaso. Veamos el detalle de la crítica
husserliana al descubrimiento de Descartes.
El
proceder de Descartes con la duda Husserl lo denomina “una suerte de epojé radical”[10]
que no tiene parangón, dice: “Esta epojé
cartesiana” es de hecho de un radicalismo inaudito hasta entonces, pues no sólo
abarca expresamente la validez, hasta ese momento, de todas las ciencias, sino que hasta no acepta la
evidencia apodíctica que pretendía la matemática, hasta la validez del mundo de la vida precientífico y
extra-científico, por lo tanto el mundo oculto en lo obvio permanentemente
incuestionable de la experiencia sensible, y toda la vida de pensamiento de que
ella se nutre, la no científica, finalmente también de la científica”[11].
Husserl ve en la “epoje cartesiana” la crítica más radical a la experiencia de
la objetividad, justamente, como noción que sustenta todo conocimiento.
La
pregunta que Husserl se hace respeto al descubrimiento alcanzado por Descartes
con su epojé es la siguiente: “¿cómo
se podría alcanzar un suelo originario de evidencias inmediatas y apodícticas
por su intermedio, sí precisamente pone de un golpe fuera de juego todos los
conocimientos del mundo, en todas sus formas, también las de la simple
experiencia del mundo, y con ese poner fuera de juego pierde el ser del mundo
que tenía a la mano?”[12].
Dudando de todo conocimiento, lo que sabemos ya del mundo gracias a éste, es
posible continuar diciendo algo cierto del mundo y de nuestras experiencias de
él. Habrá Descartes llevado las cosas hasta estos extremos de originariedad
mediante su puesta en cuestión de todas
las cosas, de las más simples hasta las más
complejas. Husserl señala que a pesar de está puesta en duda radical de “toda
la validez de ser del mundo” no se pone fuera de juego toda validez de ser. El
yo ha quedado fuera del paréntesis, Descartes excluye por principio al yo del
cuestionamiento; el yo resulta ser lo no ya dudable. Yo soy el que dudo y en
tanto esto ocurra resulta ser que toda duda posible queda excluida: no puedo
dudar del hecho que estoy dudando, de otra manera, no puedo dudar de que dudo.
En
este “yo soy” descubierto por Descartes, dice Husserl “hay mucha diversidad.
Esta da cuenta de que no se ha suspendido el flujo de relación con el mundo, el
lugar del ego en el tiempo, por consiguiente, lo que ha cambiado es simplemente
el modo de presentación del mundo en el ego. El mundo se me da ahora como “mero
fenómeno”, Husserl señala: “todos ellos y el mundo mismo se han trasformado en
mis “ideae”, ellas son el haber
inseparable de mis cogitationes,
precisamente como sus cogitata, en la
epojé”[13].
En
el parágrafo de la Crisis 18, Husserl
pasa a desarrollar la ambigüedad de lo descubierto por Descartes, algo que
hasta ese momento había dejado en suspenso, ahora procede a exponerlo
comentando lo siguiente:
“…el (Descartes) no llevó a
cabo efectivamente el radicalismo originario de su idea, que no sometió
efectivamente en todo el mundo de la epojé, efectivamente todos sus prejuicios;
que él, perdió en su meta, no capto
precisamente lo más significativo, lo que él había ganado en el “ego” de la
epojé, para desplegar puramente en éste un thaumazein
filosófico”[14].
Husserl
comenta que Descartes al preguntarse por la consistencia de ego se ve en la
necesidad de desconectarlo del ámbito de la experiencia corporal y de toda la
contingencia que esta conlleva, para reducirlo a pura intuición intelectual.
Esto así garantizaría el darse del ámbito de la apodicticidad. Cuando Descartes
pone entre paréntesis el cuerpo vivido como un objeto del mundo a su vez entre
otro objetos que constituyen el mundo, se encuentra dominado por el paradigma
galileo de experiencia objetiva. Es decir, esta, por un lado, la sensibilidad
experienciable más inmediata y obvia, por otro, la experiencia en el sentido de
certezas objetivas científicas. No es para nada desconocido que Descartes esta
guiado por un proyecto de certezas teóricas que, según él, estarían ahora
garantizadas por el ego cogito. No obstante, según Husserl este sería un
asunto que Descartes no somete a la duda metódica. Más bien concibió que el ego
es la posición en la que se afirma el grado máximo de certeza y ello mismo no forma
parte del mundo. Para llegar a esto Descartes necesito dar una precedencia a un
ámbito de ser, este es el del alma. Este sería otro aspecto que Descartes asume
sin cuestionar.
El
nuevo concepto de fenómeno que nace con la aparición del cogito cartesiano es altamente cuestionable porque no abandona los
presupuestos del psicologismos, al darle a la mente la condición de una cosa.
Es por esto que en Descartes la aplicación de la epojé falla arruinándose su proyecto filosófico.
III.
Terminemos
este ensayo con la crítica de Jan Patocha a los análisis que Husserl hace de
Descartes. Patocha se pregunta si Husserl fue capaz de superar a Descartes ahí
donde lo crítica. Mediante la crítica a Descartes, particularmente al concepto
de “sí mismo”, Husserl procura de paso exponer las bondades del método fenomenológico.
Para ello requiere de mostrar el grado de originalidad que los análisis tienen
cuando son aplicados en toda su radicalidad. Descartes será el escogido en la
pedagogía fenomenológica de Husserl. Lo escoge por razones evidentes, por un
lado, es el inaugurador histórico e intelectual de la modernidad, esto por su
descubrimiento del ego cogito como fundamento de verdades claras y distintas,
por otro, porque los cabos sueltas que Descartes deja en sus planteamientos abren una serie de
temas muy útiles. De todas formas digamos que Descartes es forjador de un pensamiento
original. A la fenomenología le interesa justamente el estatuto de esta
originalidad. Los análisis fenomenológicos, tal como los ha desarrollado
Husserl, implican la preguntan genética y, posteriormente, los respectivos
cursos que ha seguido históricamente el “original” descubierto. Husserl
pretende estar al margen del problema abierto por Descartes respecto al
polo subjetivo que valida la
apodicticidad. Patocha, por su parte, señala que no logra reelaborar la objetividad
fenomenológica buscada. Esto porque Husserl nunca logró salir plenamente de una
subjetividad reflexiva, le dio un privilegio
intensivo a la vida interior reflexiva. Expliquemos esto siguiendo
algunos de los argumentos expuesto por Patocka.
¿Qué
es lo que se propone hacer la fenomenología? La fenomenología dice Patocka es:
“…ciencia acerca de cómo lo
que es no es únicamente en sí, sino que llega a mostrarse, acerca de cómo se
lleva a cabo ese aparecerse, cómo actúa a través del mostrarse de todo lo que
está en relación vinculante con ese darse, una ciencia de las formas del
mostrarse de todo existir”. Sin embardo añade Patocka, “Esto, al mismo tiempo,
significa en eo ipso el problema de la experiencia, es decir, de
que forma nos encontramos con las cosas y que son para nosotros a través de lo
que son”[15].
La fenomenología se preocupa del cómo se
muestra lo que se muestra, que el aparecer de algo sea efectivamente su
aparecer. Se trata de dar no simplemente con una “imagen subjetiva, sino con
una entidad que se muestra”[16]. Husserl quería “mostrar que, con el fundamento de ciertas
legalidades fundamentales que rigen nuestras vivencias es posible objetivar
cualquier entidad, es decir, no sólo hacer una imagen de este ente, sino
describir y analizar estructuralmente el acceso a ella misma en su propio
carácter y esencia”[17].
Según Patocka Descartes habría hecho que sólo el polo subjetivo fuera el campo
de aparición de las entidades en su carácter cierto y verdadero mediante una mens. Las cosas son porque están ante un
sujeto que puede decirlas desde su
actividad reflexiónante. Husserl, en la perspectiva de Patocha, no habría
superado este privilegio del polo subjetivo reflexiónante en el acceso al campo
del darse de las cosas. Señala, “Tenemos la sospecha fundada de que la teoría
del fenómeno en Husserl, de la esfera fenoménica y de las formas del darse del
objeto en la esfera fenoménica está, de alguna manera, contaminada de
subjetivismo, y que es herencia de la tradición filosófica fundada por
Descartes”[18].
Patocka
señala que lo que Descartes habría tenido en mente cuando introduce el problema
del conocimiento de su propio cuerpo es que “cualquier conocimiento fiable de
las cosas presupone esa certeza, ese visto bueno, que sólo puede proporcionar
la parte subjetiva”[19].
Descartes cuenta desde siempre con está conclusión para la elaboración de su
teoría del conocimiento. Esto es, conocer algo implica conocerlo desde el
objeto y con vistas al objeto. El conocimiento epistémico presupone esta
estructura. Hay una suerte de mirada fenomenológica en Descartes pero que
centra su actividad en un sujeto, como diría Zubiri, “concipiente”. El sujeto
cada vez que conoce, en tanto conocer es una experiencia del yo, se conoce a sí
mismo, tiene evidencia de sí. Sin embargo, Patocha agrega un problema clave
para entender su crítica a Husserl, es lo siguiente: “Descartes parte del hecho
de que originalmente tenemos en el cogito
sólo certeza acerca de nuestra propia existencia, pero todavía –cuando
formulamos el cogito por primera vez-
no tenemos garantizado, explícito, aprehendido aquello que somos en tanto que
somos. Cogito-sum=ego sum, yo soy:
pero qué soy, eso es algo que todavía no está dado. La tesis ulterior de que es
más fácil conocer lo que es el alma
significa que en el cogito no está sólo la certeza de su propio ser,
sino de algo más, esto es, de que fundados en el cogito no sólo podemos comprender que somos –nosotros, los que tenemos esta experiencia- sino que
también podemos entender lo que somos”[20].
El
sujeto es algo que esta garantizado desde siempre, está, en todas sus
actividades, autoafirmándose constantemente, especialmente, en su relación con
el conocimiento del mundo. “La reflexión proporciona la seguridad en toda esta
esfera”, señala Patocka. Husserl habría aceptado todos los supuestos de este
esquema cayendo, por consiguiente, en el subjetivismo al otorgarle una preeminencia
al polo subjetivo. No es gratuito que la fenomenología descanse en una cierta
mirada, en el hecho de ver, tener a las cosas ante la vista. Todos los análisis
husserlianos descansan en ejemplos de la percepción visual, el ojo fenomenológico
es el sentido privilegiado del campo e la fenomenalidad. Los objetos se
muestran ante una mirada que puede dar
cuenta de su aparecer. La actividad subjetiva del sujeto no guarda la distancia
que Husserl pretendió, sigue constituyendo el campo del aparecer. Respecto a
esto Patocha comenta, “Todo lo que se muestra –y, naturalmente, a quien se le
muestra es el ego- tiene que ser antes
que nada algo que se muestra, y solamente puede hacer eso (mostrarse) en el
momento en que se da algo como el mostrarse en sí”. A continuación da un
ejemplo de percepción visual como el que Husserl habría dado, “Un ser, como por
ejemplo una silla, en tanto que un conjunto de átomos, puede existir incluso
aunque no se dé ningún mostrarse, ningún fenómeno”[21].
Pareciera que el campo de la fenomenalidad debiera estar separado de las cosas,
y el sujeto a su vez de la misma manera. Si embargo, este campo es siempre el campo
de alguien. “Si se quiere, señala Patocka, se puede decir, en este sentido, que
lo fenoménico es campo de la subjetividad”[22].
Husserl,
según Patocka, no ha podido evitar que
la esfera de la fenomenalidad no sea algo que produce un sujeto. La estructuras
fenomenológicas no son algo objetivo, en el sentido de que nos encontremos con
ellas en la naturaleza, son mas bien “puestas” por un sujeto, que con todo, aun
no siendo la misma subjetividad elaborada por Descartes[23],
es un subjetividad privilegiada a la que Husserl llama “subjetividad
trascendental”.
* Licenciado en Filosofía por la Universidad de Artes y
ciencias sociales-ARCIS; Magíster en filosofía por la Universidad
Alberto Hurtado, Santiago de Chile.
[1] Edmundo Husserl. La crisis de las
ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Editorial Prometeo, trad.
Julia V. Iribaren, Buenos Aires, Argentina,
2008, pp. 117-118.
[2] René Descartes. Meditaciones metafísicas. Trad.
De Vidal Peña. Edición electrónica, p.4
[3] Ibíd., p.4.
[4] Ibíd., p.8.
[5] Ibíd., p.12.
[6] Ibíd., p.12.
[7] Ibíd., p.14.
[8] Ibíd., p.14.
[9] Ibíd., p.17.
[10] Op. Cit., p.118.
[11] Op. Cit., p.119.
[12] Ibíd., p.120.
[13] Ibíd., p.120.
[14] Ibíd., p. 121.
[15] Jean Patocka. Introducción a la fenomenología.
Editorial Herder, Barcelona, España, 2005, p. 128.
[16] Ibíd., p. 128.
[17] Ibíd., p.128.
[18] Ibíd., p.129.
[19] Ibíd., p.129.
[20] Ibíd., p.130. Los análisis de Patocka respecto
de Descartes están centrados en la segunda Meditación metafísica.
[21] Ibíd., p.136.
[22] Ibíd., p.135.
[23] No desconocemos en este punto que en
Husserl el sujeto es conciencia
intencional.
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