viernes, 27 de abril de 2012

Una lectura al Libro II, capitulo VI, del De Anima: sobre la percepción auditiva.


Introducción


En el libro segundo del De anima, capitulo VI, Aristóteles explica el concepto de “sensible propio”: “Sensible”  se dice de tres clases de objetos, dos de los cuales diremos que son  sensibles por sí, mientras que el tercero lo es por accidente. De los dos primeros, a su vez, uno es propio de cada sensación y el otro de común a todas. Llamo, por lo demás, “propio” a aquel objeto que no puede ser percibido por ninguna otra sensación y en torno al cual no es posible sufrir error, por ejemplo, la visión del color, la audición del sonido y la gustación del sabor”[1]. El sensible propio, según nuestro pensador, es el objeto que le es propio a un sentido, por ejemplo, a la vista o la visión en la medida que ve un objeto, a la audición en la medida que escucha un sonido. En el caso de la visión el objeto o sensible propio a este sentido es el color, en el caso de la audición es el sonido. Son además, sensibles propios, porque estos objetos no pueden ser percibidos de otro manera, por ejemplo, el color por la vista, el sonido por la audición , el sabor por la gustación.
Por otra parte, en Aristóteles  el concepto de “sensible propio” se explica a partir de su doctrina de la potencia y el acto. En los análisis aristotélicos sobre cada uno de los sentidos la doctrina de la potencia y el acto es fundamental. Es lo que  lleva a Aristóteles  definir lo propio del sentido. Esto es, un sensible propio es un objeto que pone en movimiento, actualiza, lo que esta en potencia en un sentido, por ejemplo, en el sentido de la vista el ver, en el de la audición el percibir un sonido. Una cuestión central en el análisis de Aristóteles respecto a cada uno de los sentidos es el medio que posibilita el transito de la potencia al acto, por ejemplo, en el caso de la visión que tiene como sensible propio el color, Aristóteles dirá que el medio es la transparencia; en el caso de la audición que tiene como sensible propio el sonido, Aristóteles dirá que el medio es el aire.

En este ensayo buscamos probar lo siguiente: Aristóteles demuestra que el alma es agente productor de la voz explicando el modo en que se pasa del sonido en potencia al sonido en acto, en objetos estructuralmente capacitados para producir sonido. Para demostrar esta proposición central ofreceremos dos proposiciones intermedias con una serie de argumentos que se sustentan en el mismo texto de Aristóteles.



I

Primera proposición. Aristóteles muestra  las condiciones para que se pase del sonido en potencia al sonido en acto. Explica en que consiste el sonido en acto: “El sonido en acto es siempre producido por algo, contra algo y en algo”[2]. Es decir, el sonido es producido por algo (un golpe), de un cierto modo (el desplazamiento en un espacio) y sobre algo, un cierto soporte material potencial de producir sonido.

 Veamos el siguiente argumento aristotélico sobre este asunto y los textos que lo fundamentan. Para que se produzca un sonido ha de  haber un soporte material que tenga la capacidad de producirlo. Este soporte material actualiza dicha capacidad si su estructura es capaz de poner en movimiento una cierta cantidad de aire (desplazamiento). Es decir para Aristóteles el sonido es producido porque hay una estructura que puede cumplir esta función,  señala:   “De ciertas cosas decimos que carecen de sonido, por ejemplo, la esponja y la lana; de otras cosas -el bronce y los objetos duros y lisos-  decimos que sí lo tienen  porque pueden sonar, es decir, pueden producir un sonido en acto en aquel medio que se encuentra entre ellas mismas y el oído”[3]. No es cualquier estructura material la capacitada para producir sonido. Se necesita de un cierto soporte que tenga las condiciones de generar una cierta proporcionalidad. En el caso de la audición y el sonido, una cierta medida de aire en movimiento. El sonido para Aristóteles es una cierta medida o proporción. Esta proporción la vehicula el medio entre el órgano sensorio y el sensible propio de ese órgano. El paso de la potencia al acto esta en estrecha relación con esta proporción. La actualización acontece bajo una medida con la cual, por ejemplo, el sonido llega hasta el órgano sensorio del oído como sonido y no como ruido. Cuando esto ocurre lo que tenemos es el paso de la potencia de oír al oír en acto en términos de un cierto lógos (aisthesis). Subrayemos  de este primer texto de Aristóteles que el sonido es posible por ciertos objetos materiales que tiene la capacidad de producirlo y esto porque estos objetos materiales pueden entrar en relación con el medio que permite la adecuación entre el órgano sensorio y el sensible propio.

Un segundo argumento textual de Aristóteles dice lo siguiente: “Como acabamos de decir, el sonido no es el golpe de cualesquiera objetos; la lana, en efecto, no produce sonido alguno por más que la golpee, pero sí lo producen el bronce y toda suerte de objetos lisos y huecos: el bronce, por ser liso, y los objetos huecos porque en virtud de la repercusión producen reiterados golpes además del primero al no poder escapar el aire puesta en movimiento. Añadiremos que se oye en el aire y también en el agua, pero menos. El agente principal del sonido no es, sin embargo, ni el aire ni el agua, sino que es preciso que objetos duros se golpeen mutuamente y golpeen  el aire”[4]. Para que se produzca el sonido debe haber una agente o causa. Aristóteles señala que este agente es un golpe entre dos cosas u objetos duros. Sin embargo, a pesar de que no se produce sonido si no es porque primero se golpea algo contra algo, no basta el mero hecho de golpear, algo más se necesita y esto es que los objetos que se golpean entre si tenga una cierta consistencia y estructura (que incluye su forma), “duros” y “lisos”, dice Aristóteles. Es decir, los factores que condicionan la producción de un sonido  son un golpe y objetos de una determinada composición material. Si están presentes los dos factores anteriores  entonces el medio entra en actividad bajo una cierta proporción que en el caso de la audición es el sonido. El objeto material que tiene la capacidad de producir sonido además de ser duro y liso debe tener una  forma específica, es decir, debe ser hueco.  Aristóteles explica que los objetos que poseen una cavidad pueden albergar aire, lo dirá mas adelante cuando explica el órgano sensorio del oído. Los objetos huecos esta en mejor disposición para poner en movimiento el medio que hace posible el sonido esto porque pueden vibrar o, como dice Aristóteles, repercutir. Se puede reconocer de un modo medianamente accesible que para Aristóteles el sonido no es cualquier tipo de vibración, pero además que el agente del sonido no es cualquier golpe que se infiere a objetos capaces de producir sonido. Por consiguiente, se trata de un modo de poner en movimiento el medio en el cual el sonido en potencia pasa a ser sonido en acto y para ello se requiere de cierta proporcionalidad de la estructura material generadora del sonido, del agente que actúa sobre esta estructura, del medio que actualiza el sonido y del órgano sensorio que capta esta proporción.

En un tercer texto Aristóteles comenta: “¿Qué es lo que suena, el objeto que golpea o el golpeado?  Más bien uno y otro aunque de distinta manera: el sonido es, en efecto, el movimiento de algo capaz de moverse en la forma en que lo hacen aquellos objetos que, al hacerlos chocar, rebotan en una superficie lisa. Ya ha quedado aclarado que no  todo objeto que golpea y es golpeado suena, por ejemplo, si una aguja choca con otra aguja; antes al contrario, es preciso que el objeto golpeado sea liso para que rebote y vibre el aire en bloque”[5]. Nuevamente Aristóteles vuelve sobre los objetos capaces de producir sonido. Estos deben tener una cierta estructura para hacer posible el sonido. El soporte material  es necesario para que se produzca la proporcionalidad adecuada a un sonido. La estructura material debe ser aquella  capaz de “administrar” esta proporcionalidad que haga posible el paso del sonido en  potencia al sonido en acto[6]. Por otro lado, hay que subrayar de esta cita consignada que ahora Aristóteles enfatiza que el objeto golpeado ejerce una acción sobre el aire puesto en movimiento por él, es decir, es capaz de poner en movimiento una cantidad de aire. El objeto golpeado, por la vibración, es capaz de estar en movimiento, por consiguiente, es capaz de poner en actividad el medio del sonido y hacerlo de un modo sostenido, por lo menos, por una cantidad de tiempo y bajo un cierto control.


II

Segunda proposición. Aristóteles explica que en el caso del ser animado que puede emitir voz, un nivel más complejo de sonido, esto es posible porque el modo en que se pasa de la potencia al acto, además de poseer las mismas características “fenomenológicas”  que producen el sonido, el agente es el alma.

La proposición anterior esta sostenida en el argumento que demuestra, por un lado,  que la voz en el ser animado está en potencia porque posee el soporte material que funcionalmente posibilita la emisión de la voz. Pero la voz no es un sonido cualquier porque el agente es el alma. La voz es un modo muy peculiar de proporcionalidad y esto porque le esta  asociada una representación.

El primer argumento textual que respalda lo señalado anteriormente es el siguiente: “La voz es un tipo de sonido exclusivo del ser animado”[7]; por otro lado explica,   “Por lo demás,  aquellos peces de que se dicen que poseen voz- como los del río Arqueloo- se limitan a producir sonidos con las branquias o con cualquier otra parte por el estilo. La voz, por el contrario,  es un sonido producido por un animal pero no con cualquier parte de su cuerpo. Ahora bien, puesto que todo sonido tiene lugar cuando algo golpea sobre algo y en algo y esto último es el aire, lo lógico es que solamente emitan voz aquellos animales que reciben aire en su interior”[8]. Primero, según lo citado, la voz es el sonido peculiar emitido por un ser animado. Hay seres que aunque animados no pueden emitir voz porque no poseen la estructura orgánica material para ello, es el caso de lo seres animados que poseen branquias. Por otro lado, el medio de estos seres no es el aire por lo cual no poseen la estructura capacitada para recibir aire en su interior, condición necesaria para hacer posible la emisión de la voz. Por otra parte, al no tener como medio el aire no puede producirse el sonido bajo la  proporcionalidad que lo caracteriza, es decir, no se logra pasar del sonido en potencia al sonido en acto. Al no poseer la estructura fisiológica adecuada tampoco sucede que sean capaces de articular un sonido como el de la voz. Así como el sonido depende del aire y de objetos específicos que ponen en movimiento este medio que permite el paso del sonido en potencia al sonido en acto, así también la voz requiere de las mismas condiciones para ser posible. Un paso importante que Aristóteles da en el recién citado texto es el de la idea que sólo emiten voz aquellos seres animados que reciben aire en su interior, es decir, que pueden respirar o más bien realizar el movimiento que supone y requiere la respiración. Este tipo de seres poseen en si mismos la capacidad de poner en movimiento el aire bajo la acción del inspirar y el respirar.

En este sentido, veamos un segundo texto: “El órgano de la respiración es, a su vez, la laringe, cuyo funcionamiento está al servicio de otra parte, a saber, el pulmón: precisamente en virtud de este órgano los animales terrestres poseen más calor que los demás. Ahora bien, es la zona que rodea al corazón la que de manera primordial necesita de la respiración (…) En conclusión, la voz es el golpe de aire inspirado, por la acción del alma residente en estas partes del cuerpo, contra lo que se denomina tráquea”[9]; y a continuación,  “…la voz se emite al hacer que golpee contra la tráquea el aire contenido en ella sirviéndose al efecto del inspirado”[10]. Ahora Aristóteles procede a describir la estructura orgánica que caracteriza y capacita a los seres animados capaces de emitir voz. Como bien se puede leer en la cita anterior, Aristóteles menciona el pulmón, la traquea, la laringe, como las partes que posee un ser animado que respira y que necesita del aire de un modo vital. Sin embargo, estas mismas partes son las que le permiten “administrar” el aire interiorizado para hacer algo más que respirar, es decir, emitir la voz. Aristóteles explica que gracias a que respiramos es que es posible la emisión de la voz. Pero no solo basta con el acto de inspirar y respirar. Se requiere un modo particular de acción sobre el aire, un “golpe” lo denomina nuestro pensador. Este modo especial de actuar sobre el aire que implica en consecuencia la emisión de la voz, Aristóteles  lo atribuye al alma. Es decir, por un lado el ser animado que emite voz posee la estructuras capaces de producir este sonido, sin embargo, la voz es un sonido que posee la peculiaridad de conllevar un sentido y tener asociada una representación. Eso fundamentalmente, porque la posibilidad de representar a partir de un significado solo le es dada a los seres animado que tienen alma racional. En el caso de los peces solo poseen alma nutritiva.

Un ultimo argumento textual para fundamentar nuestra exposición dice así:   “Y, como dijimos, no todo sonido de un animal es voz –cabe, en efecto, producir sonidos con la lengua así tosiendo-, sino que ha de ser necesariamente un ser animado el que produzca el golpe sonoro y éste ha de estar asociado a alguna representación, puesto que la voz es un sonido que posee significación y no simplemente, como la tos, el sonido del aire inspirado”. El sonido, como ya hemos dicho,  es una cierta proporción, una medida de aire puesta en movimiento; siendo el sonido una medida es que podemos tener noticia de lo agudo y lo grave, según Aristóteles[11].  Además ha señalado nuestro autor que la voz es un sonido producido por un animal pero no con cualquier parte de su cuerpo. La voz es un golpe cuyo agente es el alma residente en estas partes de cuerpo, esto es, la traquea, la laringe y el pulmón. Estas partes son funcionalmente estructuras que permiten la emisión de la voz, particularmente la traquea, como ya también hemos dicho. El golpe sobre algo duro y liso permite el movimiento del aire que a su vez produce el sonido. El sonido es la proporción de ese aire en movimiento. Para que se produzca el sonido tiene que haber un golpe sobre un objeto con las características antes señaladas entonces de produce el desplazamiento del aire en una cierta proporción. Lo que sucede entre el golpe y el órgano sensorio de la audición es el sonido en acto.
Según nuestra lectura, Aristóteles explica el modo en que se produce el sonido en objetos capaces de generarlo y las estructuras funcionales que caracterizan al ser animado capaz de emitir voz. Lo mismo que ocurre externamente en la producción de un sonido instrumental sucede internamente con  los seres animados. Aristóteles además de destacar las estructuras fisiológicos que posibilitan que se produzca la voz, necesita explicar la causa que esta detrás del golpe sobre estas estructuras y e aire en movimiento que sirve de medida para la voz; sólo que ahora agrega que la voz es mas que un sonido en tanto lleva asociada una representación, puesto que la voz es un sonido que posee significación ¿cómo se lleva a cabo este golpe que produce la voz? No basta sólo con respirar, sino que implica una cierta forma de “retención del aire” o un control que lo proporciona. El ejemplo de la  tos le sirve a Aristóteles para explicar que no basta con el aire (la tos es una reacción violenta y no controlada) sino con una cierta manera de actuar sobre él. Se retiene el aire y se lo deja desplazarse en un movimiento proporcionado, la proporcionalidad esta dada por la intencionalidad que le viene al ser animado que  emite voz desde sí mismo, es decir, presuponiendo ya para la articulación un significado. Este significado asociado a la proporcionalidad con la que se articulada la voz es la representación que la acompaña.






Conclusiones.

 Hay cosas, que por su estructura, tienen la capacidad (potencial) de producir sonido, pero no basta con esto debe darse un golpe y un medio que actualice el sonido. Aristóteles analiza el modo en que se produce el sonido en los objetos duros y lisos con el objeto de explicar como se da la voz en el ser animado. La voz es el resultado de la estructura que esta capacitad de producir la voz, pero no basta solo con les estructura material, se necesita golpear  esa estructura   para actualizar la capacidad de producir la voz. El agente, vale decir, lo que golpea esa estructura (equivalente a los objetos lisos y duros que tienen la capacidad de poner en movimiento una proporción de aire) es el alma.
¿Cómo es esto posible? Fundamentalmente porque, por un lado, hay una estructura material que permite esto y por otro, porque los seres animados capaces de voz pueden hacer de ese sonido uno de carácter peculiar por la proporcionalidad que este conlleva, la de significar y representar. ¿Cómo sabe hacer esto el ser animado capaz de voz? Aquí arriesgo la siguiente respuesta: ha aprehendido a articular o hablar viendo a otros y escuchando de otros esta proporcionalidad. Aristóteles entiende al ser animado que posee alma racional como un “animal de lenguaje”, por el lenguaje se entiende la capacidad de argumentación y la “vida política” que esta detrás de ella. En esta idea que la voz posee un significado y por lo tanto conlleva una representación ya encontramos presente esta concepción aristotélica.



[1] De anima, traducción Tomás Calvo Martínez, 1983, Madrid, España. Ediciones Biblioteca Clásica Gredos; 417b 10.
[2] 419b 10
[3] 419b 5-8.
[4] 419b 15.
[5] 420a  20.
[6] 419b 5.
[7] 420b 5.
[8] 420b 15.
[9] 421a.
[10] 420b 20-25.
[11] Cf. 420a 30.

Husserl y Descartes. La crítica de Jean Patocka a la superación husserliana de Descartes.


Cristián Cabrera A.*

En el siguiente trabajo exponemos el concepto de “yo soy” desarrollado por Descartes en las primeras dos Meditaciones metafísicas. Luego, mostramos la crítica que Husserl hace  a Descartes en la Crisis de las ciencias europeas, exhibiendo en ella los fallos en el descubrimiento filosófico cartesiano, fundamentalmente en lo que dice relación con la aplicación de lo que Husserl denomina, la “epojé cartesiana”; finalmente, exponemos la critica que Jean Patocha realiza a Husserl bajo la tesis de que éste no habría podido salir de la “subjetividad” cartesiana, aun cuando la modifica. Por consiguiente, Husserl no sólo no logra reducirla sino también, según Patocka, la lleva como herencia en su propia articulación de la “subjetividad trascendental”.

I

Husserl efectúa una crítica a Descartes, crítica que expone, por un lado, la hazaña filosófica de este pensador y, por otro, expone su fracaso en este mismo acto. Husserl reconoce y recomienda que debe tomarse en consideración lo alcanzado por Descartes, según él,  constituye un verdadero descubrimiento la elaboración del ego cogito cartesiano. Las Meditaciones primera y segunda muestran, según Husserl, la marcha de Descartes hacia este ego revelado por este filósofo[1].

Antes de entrar en la crítica de Husserl a las Meditaciones cartesianas expongamos brevemente la propuesta de Descartes, expresada en las Meditaciones Metafísicas, particularmente, la primera y segunda meditación.

En el resumen a las seis meditaciones, Descartes expone lo que tratara en cada una de ellas, respecto a la primera señala que dará las razones para “dudar en general de todas las cosas”, éste ejercicio de duda general tiene por fin “liberar de toda suerte de prejuicios”. Luego agrega que la duda general “nos prepara un camino fácil para acostumbrar a nuestro espíritu a separarse de los sentidos”[2]. Lo que según Descartes aflorará con el ejercicio intelectual de la primera meditación será “nuestro espíritu”.

El resumen a la segunda meditación señala que el ejerció de la duda general nos conducirá hacia una certeza indubitable, la certeza de “que él mismo sin embargo no exista”. A continuación se operará la siguiente distinción de “aquello que le pertenece a él, es decir, a la naturaleza intelectual, de aquello que pertenece al cuerpo”[3].

Vayamos ahora al desarrollo pormenorizado de estas dos primeras meditaciones. Descartes emprende en la primera meditación el ejercicio de poner en duda todo lo que hasta ese momento había aceptado como cierto, “de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito”.  Para llevar a cabo esta tarea Descartes señala que no requerirá de poner en duda  todas y cada una de las opiniones en las que ha creído hasta ese momento, más bien se dirigirá a los “fundamentos” en los que ellas se sustentan. La duda cartesiana pondrá en cuestión el fundamento último de todas sus convicciones, lo que resultará en la destrucción de todas sus opiniones antiguas.

“Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me engañan, y es prudente no fiarse nunca por entero de quienes nos han engañado una vez”[4].

A continuación Descartes procederá a desmotar mediante el análisis de la vigilia y el sueño lo engañoso de los sentidos, los datos que obtenemos del mundo exterior a partir de los sentidos. Los sentidos para Descartes funcionan mediando entre el mundo exterior y nuestro fuero interno. El resultado del estado de vigilia y de sueño es que nada nos asegura con total certeza que lo que estoy percibiendo es absolutamente verdadero, incluso cuando el dato que nos aportan los sentidos es el de las partes de nuestro propio cuerpo. Descartes operará una desconexión total entre le intuición intelectual y nuestra corporalidad. En este ejercicio intelectual que pone en cuestión la certeza que nos aportan los sentidos, Descartes busca pensar en algo que finalmente resulte un pensamiento simple, es decir, no divisible, lo contrario, de las percepciones que tenemos por medio de los sentidos que como pensamientos están fisurados por una multiplicidad de datos complejos e inestables.

Esta primera meditación expone el ejercicio reflexivo de un yo que analiza sus operaciones distinguiéndolas por su nivel de certeza. Es un “yo” que se retrotrae finalmente a la certeza indubitable de sí mismo y a la puesta en cuestión del mundo externo. Husserl se detendrá en esta cuestión en un doble sentido: para analizar el método cartesiano, reconociendo en él una señal de la epojé, y en segundo lugar para criticar  su aplicación.


En la segunda meditación Descartes radicaliza su actitud escéptica poniendo ahora en cuestión el mundo en su totalidad. Somete al ejercicio de la duda todo lo que los sentidos aportan como datos del mundo. En el fondo Descartes pone en cuestión nuestra experiencia sensible del mundo. Centra su análisis en el fenómeno de la percepción visual, lo que veo, según Descartes, puede ser engañoso. La vista no representa de ninguna manera algo que nos garantice certeza absoluta. Los objetos que percibo en el mundo y todas  sus cualidades como “cuerpos”, figura, extensión, movimiento y lugar no son, dice Descartes, sino quimeras de mí espíritu”[5]. Entonces, si lo que recogen mis sentidos en mi experiencia sensible del mundo exterior no es de ninguna manera fiable cabe hacerse una pregunta: “¿Qué podré entonces tener por verdadero?”, se pregunta  Descartes. Esta es una de varias interrogantes que se plantea en su búsqueda de un fundamento de certezas último y absoluto. La mayoría de estas preguntas, en esta segunda meditación, retrotraen y repliegan  cada vez con mayor obligatoriedad hacia un ámbito de incuestionables garantías. Veremos cuál es éste.

Agreguemos lo siguiente, más allá de la función retórico que pudieran tener el conjunto de preguntas planteadas por Descartes, en tanto también no se puede aplicar la duda metódica si no es en actitud interrogativa, ésta posibilita la re-flexión que el ejercicio escéptico supone. Quien se plantea este tipo de preguntas es impulsado a volver sobre sí mismo como último “refugio” cuando toda mi experiencia mas inmediata con el mundo ha sido puesta en suspenso. En qué consistirá este ámbito indubitable, Descartes ya lo revelará.

Mientras tanto hay una anticipación del fundamento con el que da Descartes, en la formulación de la siguiente pregunta: “¿qué sé yo si no habrá otra cosa, distinta de las que acabo de reputar inciertas, y que sea absolutamente indubitable?”[6]. Esta pregunta es importante porque ya advierte que la duda busca una certeza última. Descartes se preguntará si lo que piensa (en ese instante) se debe a sí mismo o a un poder externo que puso ese pensamiento en su cabeza y que incluso pudiera estar engañándole. Como quiera que sea, que lo que pienso sea el resultado de mi propia actividad de pensamiento o que un ser ajeno a mi ponga esos pensamientos en mi cabeza, en uno u otro caso, dice Descartes, “yo soy algo”, ¿por qué? porque soy yo el que piensa cuando piensa y soy yo el engañado cuando soy engañado.

Descartes pone en duda toda su experiencia del mundo, el mundo entendido como el conjunto de cuerpos. Husserl encontrará aquí un aspecto no cuestionado por Descartes, el concepto que éste tiene de experiencia. En su oportunidad  expondremos este asunto.
Cuando dudo de mi experiencia del mundo descubro que hay algo de lo que no puedo dudar, que soy yo el que duda. La certeza de que quien duda de todas sus experiencias del mundo soy yo, incluso de que soy yo quien no puede distinguir con total veracidad sus estados de sueño y de vigilia, de que soy yo el que estoy aquí y además muevo esta parte de mi cuerpo, todo esto puesto en duda, finalmente se me presenta con total evidencia de que “yo soy”. Descartes ha dado con el ego. En tanto que “yo soy” “yo existo”, esta es una proposición irrefutable, dice nuestro pensador.

Sin embargo, en qué consiste este “yo soy” al que Descartes a arribado, dice nuestro filosofo, “yo soy” “yo existo”; eso es cierto, pero ¿cuánto tiempo? Todo el tiempo que estoy pensando: pues quizá ocurriese que, si yo cesará de pensar cesaría al mismo tiempo de existir. No admito ahora nada que no sea necesariamente verdadero: así,  pues, hablando con precisión, no soy más que una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o razón, términos cuyo significado me eran antes desconocidos”[7]. Lo que caracteriza al “yo soy” es el pensamiento, el hecho que piensa, su conciencia de sí. La evidencia del yo en tanto “es” es el pensar. La identidad del “yo soy” esta garantizada en este repliegue sobre sí mismo como cosa pensante o res cogitans. Más adelante, en la meditación, Descartes interroga el modo de ser de esa “cosa que piensa”, se pregunta, “¿qué es esa cosa que piensa?” y responde: “Es una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que imagina también”[8]. Es decir, Descartes concentra todas estas “actividades” en ese centro o núcleo descubierto por él que es el ego. A pesar de ello  esta cosa que piensa no es fenoménica. Todo lo contrario ante ella todo se “fenomenaliza” de un modo nuevo. Este también será un asunto en el que se concentrará la crítica de Husserl.

A continuación Descartes pone a prueba su descubrimiento y lo hace con el ejemplo de la cera. Lo que busca es exhibir el grado de evidencia de la intuición intelectual, el “examen del espíritu”,  y el que pueden aportar los sentidos. Los sentidos sólo se apoyan en percepciones relativas, en cambio, el entendimiento puede conocer más y objetivamente aun cuando se mueve en el ámbito de las “ideas” o del pensar. El entendimiento o la razón acceden más profundamente a la consistencia de las cosas que lo que ellas mismas nos muestran a partir de sus cualidades sensibles; accede a sí mismo como espacio de evidencia irrefutable, espacio de ideas claras y distintas. Esto porque en cada una de sus actividades el mismo se tiene así por evidente.

Terminemos nuestra exposición de esta segunda meditación con la siguiente cita que fundamenta lo que hemos dicho y que nos parece relevante para nuestros propósitos:

“Y, en fin, ¿qué diré de ese espíritu, es decir, de mi mismo, puesto que hasta ahora nada, sino espíritu, reconozco en mí? Yo, que parezco concebir con tanta claridad y distinción este trozo de cera, ¿a caso no me conozco a mi mismo, no sólo con más verdad y certeza, sino con mayores distinción y claridad? Pues sí juzgo que existe la cera porque la veo, con mucho más evidencia se sigue, del hecho de verla, que existo yo mismo. En efecto: pudiera ser que lo que yo veo no fuese cera, o que ni tan siquiera tenga yo ojos para ver cosa alguna; pero lo que no puede ser es que, cuando veo o pienso que veo (no hago distinción entre ambas cosas), ese yo, que tal piensa, no sea nada. Igualmente, si por tocar la cera juzgo que existe, se seguirá lo mismo, a saber, que existo yo; y si lo juzgo porque me persuade de ello mi imaginación, o por cualquier otra causa, resultará la misma conclusión. Y lo que he notado, aquí de la cera es lícito aplicarlo a todas las demás cosas que están fuera de mí[9].


II

Husserl se detendrá fundamentalmente en hacerle la crítica a Descartes por su  falta de control  en la aplicación de la duda. No obstante ve en Descartes un gran descubridor filosófico, alguien que anticipo el método fenomenológico de la epojé.  En el parágrafo 17 de la Crisis, Husserl expone la grandeza de la hazaña de Descartes. Sin embargo, de la misma manera que es grande y novedosa lo es al mismo tiempo  su fracaso. Veamos el detalle de la crítica husserliana al descubrimiento de Descartes.

El proceder de Descartes con la duda Husserl lo denomina “una suerte de epojé radical”[10] que no tiene parangón, dice: “Esta epojé cartesiana” es de hecho de un radicalismo inaudito hasta entonces, pues no sólo abarca expresamente la validez, hasta ese momento, de todas las ciencias, sino que hasta no acepta la evidencia apodíctica que pretendía la matemática, hasta la validez del mundo de la vida precientífico y extra-científico, por lo tanto el mundo oculto en lo obvio permanentemente incuestionable de la experiencia sensible, y toda la vida de pensamiento de que ella se nutre, la no científica, finalmente también de la científica”[11]. Husserl ve en la “epoje cartesiana” la crítica más radical a la experiencia de la objetividad, justamente, como noción que sustenta todo conocimiento.

La pregunta que Husserl se hace respeto al descubrimiento alcanzado por Descartes con su epojé es la siguiente: “¿cómo se podría alcanzar un suelo originario de evidencias inmediatas y apodícticas por su intermedio, sí precisamente pone de un golpe fuera de juego todos los conocimientos del mundo, en todas sus formas, también las de la simple experiencia del mundo, y con ese poner fuera de juego pierde el ser del mundo que tenía a la mano?”[12]. Dudando de todo conocimiento, lo que sabemos ya del mundo gracias a éste, es posible continuar diciendo algo cierto del mundo y de nuestras experiencias de él. Habrá Descartes llevado las cosas hasta estos extremos de originariedad mediante su puesta en  cuestión de todas las cosas, de las más simples  hasta las más complejas. Husserl señala que a pesar de está puesta en duda radical de “toda la validez de ser del mundo” no se pone fuera de juego toda validez de ser. El yo ha quedado fuera del paréntesis, Descartes excluye por principio al yo del cuestionamiento; el yo resulta ser lo no ya dudable. Yo soy el que dudo y en tanto esto ocurra resulta ser que toda duda posible queda excluida: no puedo dudar del hecho que estoy dudando, de otra manera, no puedo dudar de que dudo.

En este “yo soy” descubierto por Descartes, dice Husserl “hay mucha diversidad. Esta da cuenta de que no se ha suspendido el flujo de relación con el mundo, el lugar del ego en el tiempo, por consiguiente, lo que ha cambiado es simplemente el modo de presentación del mundo en el ego. El mundo se me da ahora como “mero fenómeno”, Husserl señala: “todos ellos y el mundo mismo se han trasformado en mis “ideae”, ellas son el haber inseparable de mis cogitationes, precisamente como sus cogitata, en la epojé[13].

En el parágrafo de la Crisis 18, Husserl pasa a desarrollar la ambigüedad de lo descubierto por Descartes, algo que hasta ese momento había dejado en suspenso, ahora procede a exponerlo comentando lo siguiente:

“…el (Descartes) no llevó a cabo efectivamente el radicalismo originario de su idea, que no sometió efectivamente en todo el mundo de la epojé, efectivamente todos sus prejuicios; que él,  perdió en su meta, no capto precisamente lo más significativo, lo que él había ganado en el “ego” de la epojé, para desplegar puramente en éste un thaumazein filosófico”[14].

Husserl comenta que Descartes al preguntarse por la consistencia de ego se ve en la necesidad de desconectarlo del ámbito de la experiencia corporal y de toda la contingencia que esta conlleva, para reducirlo a pura intuición intelectual. Esto así garantizaría el darse del ámbito de la apodicticidad. Cuando Descartes pone entre paréntesis el cuerpo vivido como un objeto del mundo a su vez entre otro objetos que constituyen el mundo, se encuentra dominado por el paradigma galileo de experiencia objetiva. Es decir, esta, por un lado, la sensibilidad experienciable más inmediata y obvia, por otro, la experiencia en el sentido de certezas objetivas científicas. No es para nada desconocido que Descartes esta guiado por un proyecto de certezas teóricas que, según él, estarían ahora garantizadas por el ego cogito.  No obstante, según Husserl este sería un asunto que Descartes no somete a la duda metódica. Más bien concibió que el ego es la posición en la que se afirma el grado máximo de certeza y ello mismo no forma parte del mundo. Para llegar a esto Descartes necesito dar una precedencia a un ámbito de ser, este es el del alma. Este sería otro aspecto que Descartes asume sin cuestionar.

El nuevo concepto de fenómeno que nace con la aparición del cogito cartesiano es altamente cuestionable porque no abandona los presupuestos del psicologismos, al darle a la mente la condición de una cosa. Es por esto que en Descartes la aplicación de la epojé falla arruinándose su proyecto filosófico.


III.

Terminemos este ensayo con la crítica de Jan Patocha a los análisis que Husserl hace de Descartes. Patocha se pregunta si Husserl fue capaz de superar a Descartes ahí donde lo crítica. Mediante la crítica a Descartes, particularmente al concepto de “sí mismo”, Husserl procura de paso exponer las bondades del método fenomenológico. Para ello requiere de mostrar el grado de originalidad que los análisis tienen cuando son aplicados en toda su radicalidad. Descartes será el escogido en la pedagogía fenomenológica de Husserl. Lo escoge por razones evidentes, por un lado, es el inaugurador histórico e intelectual de la modernidad, esto por su descubrimiento del ego cogito como fundamento de verdades claras y distintas, por otro, porque los cabos sueltas que Descartes deja  en sus planteamientos abren una serie de temas muy útiles. De todas formas digamos que Descartes es forjador de un pensamiento original. A la fenomenología le interesa justamente el estatuto de esta originalidad. Los análisis fenomenológicos, tal como los ha desarrollado Husserl, implican la preguntan genética y, posteriormente, los respectivos cursos que ha seguido históricamente el “original” descubierto. Husserl pretende estar al margen del problema abierto por Descartes respecto al polo  subjetivo que valida la apodicticidad. Patocha, por su parte, señala que no logra reelaborar la objetividad fenomenológica buscada. Esto porque Husserl nunca logró salir plenamente de una subjetividad reflexiva, le dio un privilegio  intensivo a la vida interior reflexiva. Expliquemos esto siguiendo algunos de los argumentos expuesto por Patocka.

¿Qué es lo que se propone hacer la fenomenología? La fenomenología dice Patocka es:

“…ciencia acerca de cómo lo que es no es únicamente en sí, sino que llega a mostrarse, acerca de cómo se lleva a cabo ese aparecerse, cómo actúa a través del mostrarse de todo lo que está en relación vinculante con ese darse, una ciencia de las formas del mostrarse de todo existir”. Sin embardo añade Patocka, “Esto, al mismo tiempo, significa en eo ipso  el problema de la experiencia, es decir, de que forma nos encontramos con las cosas y que son para nosotros a través de lo que son”[15].

 La fenomenología se preocupa del cómo se muestra lo que se muestra, que el aparecer de algo sea efectivamente su aparecer. Se trata de dar no simplemente con una “imagen subjetiva, sino con una entidad que se muestra”[16].  Husserl quería  “mostrar que, con el fundamento de ciertas legalidades fundamentales que rigen nuestras vivencias es posible objetivar cualquier entidad, es decir, no sólo hacer una imagen de este ente, sino describir y analizar estructuralmente el acceso a ella misma en su propio carácter y esencia”[17]. Según Patocka Descartes habría hecho que sólo el polo subjetivo fuera el campo de aparición de las entidades en su carácter cierto y verdadero mediante una mens. Las cosas son porque están ante un sujeto que puede decirlas desde  su actividad reflexiónante. Husserl, en la perspectiva de Patocha, no habría superado este privilegio del polo subjetivo reflexiónante en el acceso al campo del darse de las cosas. Señala, “Tenemos la sospecha fundada de que la teoría del fenómeno en Husserl, de la esfera fenoménica y de las formas del darse del objeto en la esfera fenoménica está, de alguna manera, contaminada de subjetivismo, y que es herencia de la tradición filosófica fundada por Descartes”[18].

Patocka señala que lo que Descartes habría tenido en mente cuando introduce el problema del conocimiento de su propio cuerpo es que “cualquier conocimiento fiable de las cosas presupone esa certeza, ese visto bueno, que sólo puede proporcionar la parte subjetiva”[19]. Descartes cuenta desde siempre con está conclusión para la elaboración de su teoría del conocimiento. Esto es, conocer algo implica conocerlo desde el objeto y con vistas al objeto. El conocimiento epistémico presupone esta estructura. Hay una suerte de mirada fenomenológica en Descartes pero que centra su actividad en un sujeto, como diría Zubiri, “concipiente”. El sujeto cada vez que conoce, en tanto conocer es una experiencia del yo, se conoce a sí mismo, tiene evidencia de sí. Sin embargo, Patocha agrega un problema clave para entender su crítica a Husserl, es lo siguiente: “Descartes parte del hecho de que originalmente tenemos en el cogito sólo certeza acerca de nuestra propia existencia, pero todavía –cuando formulamos el cogito por primera vez- no tenemos garantizado, explícito, aprehendido aquello que somos en tanto que somos. Cogito-sum=ego sum, yo soy: pero qué soy, eso es algo que todavía no está dado. La tesis ulterior de que es más fácil conocer lo que es el alma  significa que en el cogito  no está sólo la certeza de su propio ser, sino de algo más, esto es, de que fundados en el cogito no sólo podemos comprender que somos –nosotros, los que tenemos esta experiencia- sino que también podemos entender lo que somos”[20].
El sujeto es algo que esta garantizado desde siempre, está, en todas sus actividades, autoafirmándose constantemente, especialmente, en su relación con el conocimiento del mundo. “La reflexión proporciona la seguridad en toda esta esfera”, señala Patocka. Husserl habría aceptado todos los supuestos de este esquema cayendo, por consiguiente, en el subjetivismo al otorgarle una preeminencia al polo subjetivo. No es gratuito que la fenomenología descanse en una cierta mirada, en el hecho de ver, tener a las cosas ante la vista. Todos los análisis husserlianos descansan en ejemplos de la percepción visual, el ojo fenomenológico es el sentido privilegiado del campo e la fenomenalidad. Los objetos se muestran ante una  mirada que puede dar cuenta de su aparecer. La actividad subjetiva del sujeto no guarda la distancia que Husserl pretendió, sigue constituyendo el campo del aparecer. Respecto a esto Patocha comenta, “Todo lo que se muestra –y, naturalmente, a quien se le muestra es el ego- tiene que ser antes que nada algo que se muestra, y solamente puede hacer eso (mostrarse) en el momento en que se da algo como el mostrarse en sí”. A continuación da un ejemplo de percepción visual como el que Husserl habría dado, “Un ser, como por ejemplo una silla, en tanto que un conjunto de átomos, puede existir incluso aunque no se dé ningún mostrarse, ningún fenómeno”[21]. Pareciera que el campo de la fenomenalidad debiera estar separado de las cosas, y el sujeto a su vez de la misma manera. Si embargo, este campo es siempre el campo de alguien. “Si se quiere, señala Patocka, se puede decir, en este sentido, que lo fenoménico es campo de la subjetividad”[22].

Husserl, según Patocka,  no ha podido evitar que la esfera de la fenomenalidad no sea algo que produce un sujeto. La estructuras fenomenológicas no son algo objetivo, en el sentido de que nos encontremos con ellas en la naturaleza, son mas bien “puestas” por un sujeto, que con todo, aun no siendo la misma subjetividad elaborada por Descartes[23], es un subjetividad privilegiada a la que Husserl llama “subjetividad trascendental”.




* Licenciado en Filosofía por la Universidad de Artes y ciencias sociales-ARCIS; Magíster en filosofía por la Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.
[1] Edmundo Husserl. La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Editorial Prometeo, trad. Julia V. Iribaren, Buenos Aires, Argentina,  2008, pp. 117-118.
[2] René Descartes. Meditaciones metafísicas. Trad. De Vidal Peña. Edición electrónica, p.4
[3] Ibíd., p.4.
[4] Ibíd., p.8.
[5] Ibíd., p.12.
[6] Ibíd., p.12.
[7] Ibíd., p.14.
[8] Ibíd., p.14.
[9] Ibíd., p.17.
[10] Op. Cit., p.118.
[11] Op. Cit., p.119.
[12] Ibíd., p.120.
[13] Ibíd., p.120.
[14] Ibíd., p. 121.
[15] Jean Patocka. Introducción a la fenomenología. Editorial Herder, Barcelona, España, 2005, p. 128.
[16] Ibíd., p. 128.
[17] Ibíd., p.128.
[18] Ibíd., p.129.
[19] Ibíd., p.129.
[20] Ibíd., p.130. Los análisis de Patocka respecto de Descartes están centrados en la segunda Meditación metafísica.
[21] Ibíd., p.136.
[22] Ibíd., p.135.
[23] No desconocemos en este punto que en Husserl  el sujeto es conciencia intencional.