lunes, 24 de marzo de 2014






Ética y política en Levinas: la (im)posibilidad de una deriva a partir de la noción de fecundidad.



Esta exposición se propone una lectura del problema de la deriva política de la ética levinasiana. Nuestro objetivo es aproximarnos al estatuto filosófico del vínculo entre ética y política en el pensamiento de Levinas. Nos hemos concentrado, principalmente,  en la primera gran obra sistemática de Levinas, Totalidad e infinito, preguntándonos de qué manera se presenta aquí el problema de la política y su relación con la ética primera. El interés de la presente ponencia es mostrar de qué manera la noción de fecundidad, desarrollada por Levinas en la tercera parte de la obra señalada anteriormente, permite pensar y “describir” la modalidad del vínculo entre ética y política.    
Sabemos que en su segundo libro más importante, De otro modo que ser o más allá de la esencia, Levinas aborda directamente este asunto, sin embargo, ya que el gesto negativo de Levinas en Totalidad e infinito hacia la política se despliega con abundancia, se hace necesario develar si el cierre crítico no admite intersticio que abra a la Ética primera hacia el tema de la política sin por ello renunciar a la mala conciencia respecto de la totalidad.
Vamos entonces a realizar una lectura, bajo el problema del paso o la deriva de la ética levinasiana a lo político, de la noción de fecundidad. Esta noción nos parece central, entre otras, para mostrar el límite constitutivo de la ética de Levinas; límite que forma y desforma la posibilidad de la deriva de la ética hacia la política. Hemos escogido esta noción debido a que el propio Levinas, hacía el final de Totalidad e infinito, la subraya como central para entender la (im)posible deriva de la ética primera hacia lo político.

Nos remitiremos a la noción de fecundidad, expuesta en la última parte de esta obra, noción que expone un modo de vinculación singular entre la ética de Levinas y la política. Hemos caracterizado esta relación o vinculo de (im)posibilidad. Los paréntesis ejercen un control en el prefijo, pero al mismo tiempo liberan un cierto paso o deriva de la ética hacia la política. Esta idea de control y al mismo tiempo de apertura, “inscribe” una relación paradojal. No es posible pensar este paso direccionalmente, por ello nos parece que la noción de oxímoron podría ser útil para entender como piensa Levinas esta deriva (im)posible. Un oxímoron “inscribe”, instalando y desinstalando,  la ambigüedad que interviene los espacios o las formas homogéneas del sentido, haciendo emerger lo inesperado y lo arbitrario[1]. La noción levinasiana de fecundidad trabaja el vínculo entre ética y política en esta dimensión paradojal y deconstructiva[2].
¿Qué importancia asigna Levinas a la noción de fecundidad para comprender la relación entre la ética primera y la política? Para contestar esta pregunta sigamos los hilos del argumento levinasiano: “La irremplazable unicidad del yo que se mantiene contra el Estado se realiza por la fecundidad”[3]. El Estado en tanto institución política por excelencia, con su poder unificador de las singularidades, se encuentra confrontado con un límite que pone en cuestión sus poderes y sus posibilidades sobre los seres. El tiempo en que el Estado opera, así como la historia, es desgarrado por un Yo dueño de sí mismo cuyo tiempo está siempre desfasado.
            Para Levinas, la noción de fecundidad explica este desfase del tiempo de la política, tiempo que consiste en sincronizar la pluralidad de los seres en un ethos común. En ésta se puede visualizar el movimiento paradójico  que  absuelve la relación entre ética y política. La noción de fecundidad inscribe este movimiento como (im)posibilidad de derivar la ética levinasiana hacia las instituciones políticas y hacia el ethos político.
            Levinas pone el acento en la irreductibilidad de lo personal en relación con la esfera del Estado[4], insiste en que no es un capricho del yo  mostrarse más allá de la esfera del Estado[5]. No se trata del egoísmo individualista de un yo que se rebela contra el orden político. La unicidad del yo antecede a los órdenes políticos, más aún, en la perspectiva de esta “primacía”, el yo se conserva a pesar del orden estatal. Es decir, la irreductibilidad del yo a la universalidad del Estado, hace de la dimensión de trascendencia un asunto palpable en la condición singular de yo. La ipseidad[6], antes de ser devuelta o integrada por el Estado al espacio público bajo categorías como dignidad, igualdad, etc., es desde ya y por siempre un reclamo que el yo encarna  en su misma existencia contra el Estado. Según Levinas, la apología de la ipseidad, posee una verdad mayor que la verdad del Estado y más concreta que las instituciones políticas. Este planteamiento, evidencia que el poder clasificador y ordenador del Estado no se ejerce en la nada, sino en una creación[7] antecesora al mundo.  En relación con esto último, Antonio Domínguez, en su libro, La llamada exótica,  señala lo siguiente:

Levinas se separa del esencialismo ontológico alegando la creatio ex nihilo. La nada elimina cualquier fondo común anterior a las cosas mismas. Acorde con ello, sustituye la esencia común por la paternidad, y la diferencia específica por el ser múltiple y heterogéneo, cuyas relaciones no abocan nunca a un ser totalizante, sino a una paz entre iguales[8].

En este último sentido, asoma el entendimiento levinasiano de la comprensión metafísica de la ipseidad, Levinas señala lo siguiente: “La metafísica nos lleva, pues, a la realización del yo en tanto que unicidad con relación a la cual debe situarse y modelarse la obra del Estado”[9]. En la lectura de Levinas, el Estado se encuentra ante lo otro. Por tanto, no debe absolutizar el límite mediante el cual, como estado soberano, reúne y acoge a todos sus ciudadanos. Los límites constituyentes de un Estado son el territorio, la lengua o el bien común de quienes están dentro de sus fronteras. Tal vez, respecto de estas cosas el Estado llegue a legitimar su razón de ser, sin embargo, él existe en función de una exigencia mayor que escapa a las categorías que lo constituye[10]. Un límite que lo desborda y lo abre a lo humano, entendiendo el peligro siempre presente que el Estado pudiera representar para la realización de lo humano.  En este punto aparece un segundo énfasis; el Estado debe modelarse en función de una otredad que requiere ser respetada en su unicidad. Esta es la exigencia metafísica por excelencia.
            Levinas no rechaza o desconoce la función del Estado. Sin embargo, éste debe siempre justificarse por la existencia del Otro; debe servir a una exterioridad que vuelve a las instituciones vulnerables y exigibles. El Estado será verdaderamente humano cuando garantice no sustituir la responsabilidad del otro. Garantía ésta de la que no habría que fiarse ni confiarse, es decir, se trata de la garantía de un Estado en deuda permanente para con el otro.
            La preocupación de Levinas por la política y sus instituciones le viene de su experiencia traumática de la segunda guerra mundial. Levinas huyó de la masacre de la guerra, habiendo perdido familiares entrañables. A pesar de ello, Levinas no niega la necesidad del Estado para la preservación de los seres humanos. No obstante, visualiza el peligro latente en la institución política.
En las conclusiones de Totalidad e infinito, Levinas vuelve sobre el problema de la ética primera y la relación con la política. El riesgo que, a partir de la necesaria referencia al tercero, puede conllevar el Nosotros de la vida común.
Levinas señala:

En la medida en que el rostro del Otro nos relaciona con el tercero, la relación metafísica del Yo con el Otro se desliza hacia la forma del Nosotros, aspira a un Estado, a las instituciones, a las leyes que son la fuente de la universalidad. Pero la política librada a sí misma incuba una tiranía. Deforma el yo y el Otro que la han suscitado, porque los juzga según las reglas universales y, por ello mismo, por contumacia[11].

El peligro latente de la política y el Estado, podría consistir en la suplantación del otro por derecho. Por ejemplo, en la política representativa, la idea del representante de la “voluntad del pueblo”, podría llegar a ser un modo de representación donde ya no comparezca el representado, sobre todo cuando esta idea abstracta de representatividad se convierte en burocracia o la categoría de “Derechos Humanos” se convierte en una ideología que contraviene su propia intención[12]. Un Estado que erige su ser suplantando la otredad conlleva ineludiblemente una violencia constituyente.
En relación con la crítica levinasiana al Estado moderno, Catherine Chalier ha destacado los elementos centrales del problema de su constitución:

La reflexión política sobre las cláusulas del contrato social que suspende la violencia es varia. Hobbes quiere que todos se sometan al poder de uno solo; pero otros teóricos, como Espinosa o Rousseau, denunciando ese absolutismo, abogan por un contrato democrático por el cual todos pierden su estatuto de singularidades irreductibles para convertirse en ciudadanos respetuosos de la voluntad general. Sin embargo, incluso en este caso el cálculo racional tiene por objetivo la utilidad y no pone en tela de juicio lo bien fundado del conatos, del esfuerzo de cada cual por perseverar en su ser, de tal modo que el mejor régimen político debe garantizar el mayor número posible las condiciones favorables para el acrecentamiento de su ser. Levinas, sin embargo, objeta: “¿Es que todas las relaciones humanas se reducen a cálculos de perjuicios e intereses, y todos los problemas a ajustes de cuentas?”. Una filosofía que no suscribe el postulado de la equivalencia entre el ejercicio de ser y el bien, entre la libertad y la autonomía, ¿no tiene que encarar de otra manera lo político?[13].

            En otra parte, Chalier, en referencia a la obra De otro modo que ser, se refiere al reconocimiento de Levinas a la función reguladora del Estado planteada por la necesidad de “comparar los incomparables”. Idea esta última relacionada con la noción del tercero y la justicia, que Levinas desarrolla a partir de lo que llama el ser-para-otro[14]. Lo que nos interesa de la cita anterior  es el lugar que nuestro autor le otorga al Estado y a la política[15]. Levinas no es un pensador anarquista en términos políticos, aunque tiene una reflexión sobre la anarquía,  profesa una cierta creencia en el Estado. Creencia marcada por la ambigüedad para con él. Hemos caracterizado esta ambigüedad bajo el concepto de (im)posible, que describiremos en términos de oxímoron. La noción de fecundidad inscribe esta (im)posibilidad que desarrolla el engendramiento y la filiación en tanto unidad y multiplicidad en el ser.
Respecto de esto Levinas señala: “La interioridad abierta por la separación [es] el tiempo infinito de la fecundidad. Esto permite asumir lo actual como el vestíbulo de un porvenir”[16]. La noción de fecundidad está totalmente relacionada con la idea de tiempo infinito. Respecto del tiempo de la historia y el tiempo de la política y sus instituciones, la fecundidad abre el tiempo de la separación en la cual la interioridad del yo es abierta al porvenir. Sobre ésto, Mosés asevera:

La continuidad y la homogeneidad del tiempo, necesariamente implicados por una historia de tipo hegeliana, desaparecen en provecho de un tiempo constantemente interrumpido por la irrupción de lo nuevo. La ineluctable lógica de la Historia, donde cada guerra impulsa inevitablemente otra, se encuentra así quebrada: con cada nueva generación, el pasado es puesto en cuestión, una nueva constelación histórica se pone en su lugar[17].

            Levinas caracteriza la interioridad radicalmente separada del yo como “porvenir”. La separación modeladora de la interioridad del yo sale del tiempo sincronizable del presente puro, al ritmo de un porvenir no calculable ni previsible. Un tiempo otro observado de lejos por el presente. La noción de fecundidad, expone la idea de un presente envejecido, sin poder de retener la novedad que sale hacia un tiempo otro.  La idea de un presente unitario es entonces interrumpida por la novedad  de un momento único, permitiendo el reclamo de los instantes  y,  por lo tanto, rompiendo los períodos del tiempo y la homogeneidad sustancial que los retiene.
            Levinas piensa de un modo singular la noción de fecundidad, el análisis que hace de ella es de carácter ontológico. En este sentido John Llewelyn comenta:

La nueva categoría de fecundidad es una categoría de novedad. Y aunque se trate de una categoría de un futuro más allá del ser, Levinas nos recuerda que es preciso otorgarla al rango de una categoría ontológica. No es un existencial, una estructura de proyección extática. Ni constituye simplemente una categoría de existenziell u otra diferente conducta óptica, ya fuese biológica, psicológica o sociológica[18].

            Al respecto leamos al propio Levinas: “La fecundidad y la perspectiva que abre atestiguan el carácter ontológico de la separación”[19]. El tiempo infinito abre separando, no es una mera maniobra lógica que resulta del reordenamiento de los términos con que se describe el fenómeno, sino de su anticipación en tanto ser. En esta dirección, comenta Mosés, “la relación verdadera sólo puede instalarse entre seres previamente separados”[20]. El tiempo infinito habla a favor de la separación absoluta de la ipseidad. Separación que no consiste en el movimiento de ponerse aparte desertando de lo intolerable. La separación es la modalidad, sin comienzo y sin final, que hace patente la alteridad del yo. La paradoja se manifiesta en la relación instituida que al mismo tiempo deshace. La noción de fecundidad, inscribe en este sentido la preservación de una condición que depende del otro y al mismo tiempo no corresponde más que sólo a mí.
             La historia, en el sentido de una totalidad que modifica la otredad, consiste precisamente en la maniobra de integración del acontecimiento, bajo una economía del sentido del tiempo histórico. La fecundidad expone una diferencia que no solicita su legitimación en una historia de la diferencia. La alteridad radical no le pide nada a la historia Por otra parte, según nuestro filosofo, tampoco se trata de curar a la historia de su mal de olvido. El trabajo de la memoria bien podría funcionar integrando desde la vigencia y legitimación del presente histórico de los vencedores. El tiempo que la memoria histórica conserva, no es el tiempo inmemorial del infinito del tiempo. En esta misma línea, Levinas comenta lo siguiente:

Pero la fecundidad no vuelve a soldar, en una historia subjetiva, los fragmentos de una totalidad rota. La fecundidad abre un tiempo infinito y discontinuo. Libera el sujeto de su totalidad al colocarlo más allá de lo posible que supone y no sobrepasa la facticidad; quita al sujeto la última huella de la fatalidad, al permitirle ser otro[21].

            Un ejemplo de esto, siguiendo la visión hegeliana de la historia, tanto en la Fenomenológica del Espíritu como en los Principios de la filosofía del derecho, encontramos varias modalidades lógicas mediante las cuales se asume y se supera la alteridad. Por ejemplo, Hegel señala:

El Estado, en cuanto realidad de la voluntad sustancial, realidad que ésta tiene en la autoconciencia particular elevada a su universalidad, es lo racional en y por sí. Está unidad sustancial es el absoluto e inmóvil fin último en el que la libertad alcanza su derecho supremo, por lo que este fin último tiene un derecho superior al individuo, cuyo supremo deber es ser miembro del Estado[22].

                Según esto, el Estado comprendido como “realidad de la voluntad sustancial”, es donde se realiza objetivamente, esto es, efectivamente, la libertad individual[23]. Esta libertad, si quiere ser racional, dígase, universal, debe corresponder con la voluntad sustancial o general del Estado. En la medida que el derecho supremo del Estado, derecho encarnado en el Estado, es el derecho del Estado supremo, la libertad es comprendida como libertad jurídica; coincidiendo, en este sentido, con el Estado. En consecuencia, las libertades individuales son hechas posibles en la vigilia de un Estado que no descansa.
Luego Hegel señala: “Por ser el estado el espíritu objetivo, el individuo sólo tiene objetividad, verdad y ética si forma parte de él”[24]. El individuo aparece, en la fenomenología hegeliana, como diferencia, sin embargo, esta diferencia es rápidamente absorbida. La realidad, objetividad y moralidad del individuo no están en sí mismo, sino en su condición de miembro que realiza al Estado. La libertad no puede ser libertad real, sino desde y por medio de la legalidad estatal. La diferencia que el individuo podría revestir termina siendo una ficción.
            Entre las formas de integrar la alteridad, la más oscura y perversa es la que reconoce y justifica su existencia, estimando su necesidad para la misma historia. Este movimiento de asimilación es la forma en que la historia edulcora el poder de la totalidad. Así, la historia no detiene el curso avasallador de la totalidad y su afán de sistema. Por esto es que, según Levinas, la noción de fecundidad no propone una narración de la diferencia en términos de aquello que la historia oficial ha dejado de lado. Lo que propone es una diferencia radical, más allá del dominio y la narrativa de la historia.
En relación con lo anterior, Pierre Hayat, en su introducción a Los imprevistos de la historia, ha señalado:

Esta mirada sobre la historia [y sobre el Estado] atestigua la preocupación de Levinas por no someter la responsabilidad personal al implacable curso de los acontecimientos y de no depositar toda la confianza en las instituciones políticas. No es que Levinas ignore el peso de la historia objetiva o que desprecie la necesidad de instituciones políticas, sino que insiste, no obstante, en que no resulta insensato reclamar al hombre político manifestaciones de escrúpulo moral. “¿No es acaso razonable que un hombre de Estado se interrogue sobre la naturaleza de las decisiones que toma, que se pregunte sí éstas sólo se conforman al sentido de la historia universal o si se ajustan a la otra historia?”[25].

             La fecundidad, como hemos dicho, rompe con la continuidad absorbente del tiempo histórico. Lo hace de tal forma que no existe la posibilidad de traer a la presencia el tiempo inmemorial del Otro. El tiempo infinito desformaliza el tiempo histórico y los poderes del Estado, mediante el sobrepasamiento de la trascendencia. La fecundidad, en consecuencia,  implica una novedad que se abre en el ámbito de la facticidad. Sin embargo, es la posibilidad de la relación paradojal la que inscribe la diferencia que se preserva, por lo tanto, la novedad acontece como una facticidad que, no obstante, debe ser sobrepasada[26]. Levinas explicita la noción de fecundidad en sus análisis sobre la paternidad. Busca exponer cómo el ser contempla su excedencia, lo que en Ética e infinito, en entrevista con Philippi Nemo, comenta la siguiente manera:

Un día, en casa de Jean Wahl, pronuncié una conferencia sobre la filialidad que titulé “Más allá de lo posible”, como si mi ser, en la fecundidad –y a partir de las posibilidades de los hijos- sobrepasase las posibilidades inscritas en la naturaleza de un ser. Querría subrayar la conmoción –que eso significa- de la condición ontológica e incluso lógica, por una parte, la sustancia, de la subjetividad trascendental, por la otra[27].

            En su obra El tiempo y el Otro, se puede visualizar los análisis que Levinas realiza a la noción de filiación, destaca en ella la dimensión de trascendencia y de multiplicidad del verbo “existir”:

En el verbo existir se dan una trascendencia y una multiplicidad, una trascendencia de las que carecen incluso los análisis existencialistas más audaces. Por otra parte, el hijo no es un acontecimiento cualquiera que me sucede, como por ejemplo mi tristeza, mis infortunios o mi sufrimiento. Es un yo, es una persona. La alteridad del hijo, en fin, no es la un alter ego. La paternidad no es una empatía mediante la cual pueda yo ponerme en el lugar del hijo. Si soy mi hijo es por mi ser, no por empatía[28].

Contra el pensamiento de Parménides, Levinas concibe el ser como trascendencia y multiplicidad. Esta idea estructura los análisis levinasianos sobre la fecundidad. Lo fecundo del padre esta en el engendramiento de un ser cuya modalidad de existencia rompe la pura relación parental[29], va más allá del ser. Nuestro autor, piensa la filiación con el objeto de hacer patente la noción de tiempo infinito. La filiación en la relación parental introduce la dualidad y la multiplicidad en el ser. El hijo es la figura que escapa al dominio del padre. Escape que no es la huida del prófugo, sino la ventaja del otro sobre mí. La modalidad de este escape es relación al padre y al mismo tiempo diferencia con él. Desde la perspectiva de la paternidad, el hijo es una propiedad cuyo modo de ser es el de la expropiación. Si bien el hijo proviene de una coyuntura de dos voluntades, él está más allá de toda pertenencia, imprevisible a todo poder y proyecto. El acto posesivo de la relación sexual extingue la posesión. De esta manera, el hijo es la categoría de la novedad radical, que Levinas denomina “porvenir”.
            La ruptura que el hijo introduce, en la relación que se mantiene y absuelve con su progenitor, está preparada en aquello que permite la venida del hijo como porvenir. El ser comprendido como trascendencia y multiplicidad constituyen este momento de preparación, que termina cuando se tiene al hijo ante los ojos. Nos referimos, siguiendo la argumentación de Levinas, a la relación dual que supone el encuentro entre lo masculino y lo femenino. Para Levinas lo humano[30], tiene relación con este carácter dual y con la multiplicidad que conlleva la existencia de los otros. En la entrevista mencionada anteriormente, señala:

Ya ve usted, esa última proposición atestigua la preocupación de pensar juntos el tiempo y lo otro. Quizá, por otra parte, todas esas alusiones a las diferencias ontológicas entre lo masculino y lo femenino parecerán menos arcaicas si, en lugar de dividir a la humanidad en dos especies (o en dos géneros), quisieran significar que la participación en lo masculino y en lo femenino fuese lo propio de todo ser humano[31].

            El hijo, por consiguiente, es la concreción de una concreción, reiteración de lo múltiple en el ser, el siendo de un ser cuyo devenir libera continuamente del domino y del arraigo al ser. La diferencia toma el lugar de la identidad. El hijo no es la proyección del padre, por el contrario, el vínculo que los mantiene unidos al mismo tiempo preserva su separación. El padre no padece al hijo, no es su patética, sino la dimensión de trascendencia que caracteriza la subjetividad. En consecuencia, el yo propio que consiste en impropiedad es la fecundidad. En este sentido, la lectura que Levinas hace de la fecundidad, inscribe el gesto paradojal de una mala conciencia, bajo la forma de la sospecha, que la ética primera cierne constantemente sobre el ámbito de lo político.
La noción de fecundidad se hace aun más pertinente si pensamos en ella su carácter biológico. Nuestro autor no niega las marcas propias de una familia, de una cultura y una sociedad, como también el hecho de venir de un territorio o de una sangre que se revela en todo individuo. El rostro posee los rasgos de su progenitor, sin embargo lo interesante de la noción de fecundidad es que reconociéndose desde el ser o desde la semejanza con otro anterior a mí, a partir de allí emerge la pura diferencia, la multiplicidad en el ser. La diferencia de un ser que viniendo de un semejante es pura alteridad y novedad. Que la noción de fecundidad tenga este registro la hace aún más significativa para  describir la aporía que nos interesa explicitar.
            Lo anterior nos revela el pensamiento de Levinas respecto del vínculo entre ética y política. En él no encontramos una negación del Estado y sus  instituciones. Un Estado fiel a la diferencia, será un Estado más atento a la justicia. De todas formas, el peligro que amenaza esta fidelidad está en las mismas bases del Estado: el orden, el cálculo, el bien común, los derechos humanos universales, etc. Todas categorías de la totalidad y que tienden a borrar radicalmente la diferencia del otro.  Levinas se ha enfrentado, con dos representaciones clásicas del pensamiento occidental sobre el Estado, por un lado, Hobbes y, por otro, Hegel[32]. Opone a ambos la exterioridad del rostro del otro. En Humanismo del otro hombre, Levinas afirma: “La significancia del rostro, en su abstracción, es, en el sentido literal del término, extraordinaria, exterior a todo orden, exterior a todo mundo”[33]. La libertad humana se actualiza como nunca en cada hombre. Un Estado atento a la actualidad de la libertad y la responsabilidad es un Estado, como dijimos,  que sirve a la justicia:

Las libertades políticas – señala nuestro autor- no agotan el contenido del espíritu de libertad que, para la civilización europea, significa una concepción del destino humano. Se trata del sentimiento de la libertad absoluta del hombre ante el mundo y ante las posibilidades que solicitan su acción. El hombre se renueva eternamente frente al Universo. Hablando de un modo absoluto, carece de historia[34].

Entonces, ¿en qué consiste el porvenir que representa el hijo? La respuesta Levinas la articula en contra de lo que podría responder Aristóteles o Heidegger.
Este porvenir – comenta Levinas- no es ni el germen aristotélico, ni la posibilidad heideggeriana que constituye el ser mismo, sino que transforma la relación con el porvenir en el poder del sujeto. A la vez mío y no-mío; una posibilidad de mí mismo, pero también posibilidad del Otro, de la Amada: mi porvenir no entra en la esencia lógica de lo posible. A la relación con tal porvenir, irreductible al poder sobre los posibles, la llamamos fecundidad[35].

            La noción de porvenir reelabora la noción de “posibilidades del ser”, en términos de lo que hemos denominado (im)posibilidad. En medio del Mismo y del Otro se abre un abismo no franqueable. Abismo que es el Otro y soy yo.  En el marco de esta propuesta se puede, según creemos, develar la lógica de una probable deriva de la ética a la política. La anterioridad del Otro vuelve absolutamente relativa la necesidad de la política y sus instituciones.   
El porvenir no es lo que está en potencia en el ser o lo que se revela como propio, mientras el ente se va haciendo cargo de sus posibilidades. El porvenir no es una posibilidad contenida en el ser mismo. Es por el contrario, la apertura del ser hacia lo que esta más allá del ser. Una exigencia que llama a ser en la apertura de la trascendencia. La política, en tanto expresión de la totalidad, es convocada a una dimensión de trascendencia expresada por el Otro. Para Levinas el porvenir introduce una inflexión radical en la constitución de los poderes del sujeto. El poder del sujeto se constituye dentro de sus posibilidades más propias, pero que al mismo tiempo, son posibilidades ajenas a su poder ser. Posibilidades mías y también del otro[36].
            Levinas, como ya hemos constatado, piensa la noción de fecundidad como porvenir. El porvenir alude al tiempo discontinuo, aspecto que subraya la idea del ser como lo afectado por el tiempo. El porvenir es la venida de un tiempo que introduce la novedad en la monotonía del ser. La noción de fecundidad, conlleva pensar este tiempo en base a la dualidad de lo idéntico: “La fecundidad incluye una dualidad de lo idéntico. No indica todo lo que puedo apresar: mis posibilidades. Indica mi porvenir, que no es un porvenir del Mismo”[37]. Esto significa que el porvenir del ser, la novedad que lo hace vivir, estando contemplada en sus posibilidades como ser, son posibilidades puestas  más allá de su alcance. Sólo de este modo adviene la novedad al ser, novedad hecha posible por una identidad fecundadora de la separación radical de una diferencia inasumible.
            Levinas reflexiona al hijo como quien introduce en el Yo la referencia al tiempo infinito del Otro. La separación generada por el hijo, en relación con la ipseidad del padre, abre la dimensión de trascendencia del Yo. Es decir, el padre encuentra en el hijo su propio ser, pero como extrañamiento en el ser. Se reconoce a sí mismo como otro, sin embargo,  otro que soy en la apertura de un porvenir que no me corresponde. El hijo no es el alter ego del padre, sino, en cierto modo, un extraño para él. Comenta nuestro autor: “La relación con el hijo, es decir, la relación con el Otro, no poder, sino fecundidad, pone en correspondencia con el porvenir o tiempo infinito”[38]. La fecundidad es la noción que propone la mantención de un vínculo que absuelve de todo poder. Estando bajo el alero del padre, se es señor de la casa.
Contra lo dicho hasta ahora en la filosofía occidental, Levinas radicaliza la alteridad del otro proponiéndola como pluralidad: “El ser se produce como múltiple y como escindido en Mismo y en Otro. Esta es su estructura última. Es sociedad y, por ello, es tiempo”[39]. Lo propio del ser no es su unidad y homogeneidad, contra Parménides, lo propio del ser son los seres. En relación con esto último, Jean-Luc Nancy señala lo siguiente: “Lo singular-plural forma al contrario la constitución de esencia del ser: una constitución que deshace o que disloca, en consecuencia, toda esencia única y sustancial del ser mismo”[40]. El ser infinito se despliega en una multiplicidad de seres que se reconocen y se respetan en una relación que los une y los separa. Relaciones denominadas por Levinas de filiación y de fraternización. El tiempo infinito describe esta dimensión de filiación y de fraternidad, tiempo al que Levinas llama sociedad.[41]. 
El tiempo es para Levinas, el ámbito de la multiplicidad de los seres, que no suman seres, sino que refuerza la continúa aparición de los seres en el ser. Continuidad que, según nuestro parecer, profundiza la trascendencia:

La trascendencia es tiempo y va hacía el Otro. Pero el Otro no es el término: no detiene el movimiento del Deseo. Lo otro que el Deseo desea, es aún Deseo, la trascendencia trasciende hacía aquel que trasciende: he aquí la verdadera aventura de la paternidad de las trans-sustanciación, que permite dejar atrás la simple renovación de lo posible en la inevitable senescencia del sujeto[42].
           
            La trascendencia expresa el “más allá”, lo inalcanzable. Lo más allá está como una distancia que se multiplica. El recorrido de dicha distancia, nos mantiene en ella, rompiendo la linealidad que nos ofrece. En la trascendencia experimentamos la experiencia más inaudita que nos sea posible, la imposibilidad de dar alcance a lo que se nos da. La trascendencia inscribe el vínculo de imposibilidad que se guarda a sí mismo. El tiempo infinito realiza esta impotencia doblegando todo poder y abriendo la brecha que paradójicamente divide y unifica al Mismo y a lo Otro. Movimiento infinito sin  retorno, hace viejo lo viejo, profundizando la distancia vigilante.
            Levinas ahonda aún más la idea de trascendencia con su exposición de la noción de Deseo. El Deseo metafísico es la profundización de lo que no se colma, profundización de la intención hacia lo absolutamente otro. El Deseo metafísico es el oxímoron de un (im)posible, de lo pleno y lo vacío. Expone la apropiación de mi desposesión que aspira a lo Otro. Lo absolutamente Otro, se manifiesta al Deseo en esta desposesión como apropiación de mi yo. Desposesión adviniente a partir de lo que es únicamente mío. La relación con lo absolutamente Otro sólo es posible desde la apropiación de mi desposesión.

En este sentido, “La ipseidad y alteridad –según Domínguez- atravesadas por el deseo suponen, a su vez, en el instante de su constitución, un recurso y una ruptura. Al haber erradicado la analogía o cualquier fondo sustancial común, no diferenciado[43].

 Esto hace  del yo, referido y encarnado, un yo cuyo centro gravita en la trascendencia del ser[44]. La trascendencia, según nuestro filósofo, es la verdadera aventura de la paternidad. No renueva lo posible, sino que reafirma la senectud de la subjetividad. La trascendencia es lo inevitable del sujeto, la paternidad repite este destino que jamás es pura repetición, destino insoslayable. Lo viejo de la paternidad y lo nuevo del hijo, vienen a ser dos asuntos inseparables, en una extraña reciprocidad que los anuncia y exige.

            Aparece en la reflexión de Levinas, un término central que orbita en relación con las nociones de trascendencia y fecundidad: la bondad [45]. Tanto la trascendencia como la idea de Deseo expresan la relación del Yo a lo Otro. Levinas llama a la profundidad de esta relación descrita con las nociones de Deseo y de  trascendencia, bondad. La otredad del hijo alzada más allá del yo del padre, familiaridad y extrañeza a la vez, y más que todo, extrañeza y no reconocimiento, en esto consiste la bondad.
           
            La noción de fecundidad – señala Levinas- no se refiere a la idea, totalmente objetiva, de la especie en donde el Yo llega como un accidente. O, si se quiere, la unidad de la especie se deduce del deseo del yo que no renuncia al acontecimiento de origen en el que se efectúa su ser.  La fecundidad es parte del drama mismo del yo. La intersubjetividad, obtenida a través de la noción de fecundidad, abre un pleno en el que, a la vez, el yo se despoja de su egoísmo trágico, que retoma así, y, sin embargo, no se disuelve pura y simplemente en la colectividad. La fecundidad testimonia una unidad que no se opone a la multiplicidad, sino que, en el sentido preciso del término, la engendra[46].

El Estado o la política funcionan en términos del género y la especie. El ejercicio político consiste en unificar en un sentido o en un proyecto común las diferencias. Éstas son incorporadas al cuadro general del bien social y político  dirigido por un proyecto de colectividad. La noción de fecundidad, según Levinas, realiza una paradoja que cuestiona los cánones del Estado y el ejercicio de la política. Lo fecundado rompe los esquemas universales de lo mismo y de lo igual, deshace la fuerza que atrae la diferencia al cuadro de lo común. La sociedad no consiste, por tanto, en géneros comunes, sino en la diferencia que origina la socialidad. La fecundidad está en las antípodas del marco común, la socialidad es el engendramiento de la multiplicidad irreductible de la singularidad. En esta misma orientación, “el conjunto de lo singulares –asevera Nancy- es la singularidad “misma”. Ella los “reúne” en tanto que los espacia, están “ligados” en tanto que no están unificados”[47]. Los Estados se deben a este engendramiento y a esta anticipación[48]. De esta manera, y para concluir nuestra exposición, Levinas conserva la alteridad radical del otro respecto de cualquier englobamiento, al mismo tiempo que toda singularidad es despertada en tanto singularidad dentro del mundo, dentro de una totalidad[49].
Es necesario aclarar que nuestra propuesta no trata de enmarcar el paso dentro de una explicación que encierre la relación de ética y política en una metaética. Se trata, por el contrario, de instalar una falla en el mismo vínculo que permita poner a salvo y mostrar la primacía de la diferencia ética del otro. Es decir, muestra el desarme del vínculo más que una articulación constituyente. Mientras que el vínculo entre ética y política continúe expresando por sí misma la vulnerabilidad del rostro, el vínculo será siempre un problema que exigirá priorizar y estar atento a la llamada del otro. En este sentido, la política debe reinventarse en cada singularidad que viene a sorprenderla y a poner en entredicho lo ganado por el orden cultural, social, moral y político. La diferencia viene, por consiguiente, a instalar la falta en el ámbito de las sistematizaciones de la vida humana. En cada nuevo nacimiento el mundo se vuelve insuficiente y solo puede darle la bienvenida al otro desde su precariedad y reinvención.
           



[1] Desde el punto de vista lingüístico, un oxímoron es una figura  retórica en la cual, para un efecto epigramático, es decir, inscriptivo, se combinan términos contradictorios. Un oxímoron si se interpreta de determinada manera, tiene sentido. Cf. Guido Gómez De Silva. 1999. Diccionario internacional de literatura y gramática. México, D.F. Fondo de cultura económica, p. 480.
[2] Con esta expresión no estamos haciendo una alusión directa a la filosofía desarrollada por Jacques Derrida. Se trata más bien de un término que permite especificar el trabajo que realiza la noción de oxímoron: introduce la precariedad del sentido en el vínculo entre dos términos cuya relación es pugna y amistad a la vez, dos términos vinculados que revelan la arbitrariedad de una relación que necesita justificarse permanentemente. Lo deconstructivo aquí lo entendemos como lo relativo y arbitrario del vínculo, en este caso entre los términos ética y política.
[3] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 304.
[4] Ibíd., p. 305. Comenta Levinas: “Al insistir sobre la irreductibilidad de lo personal a la universalidad del Estado [se alude] a una dimensión y a una perspectiva de trascendencia tan real como la dimensión y la perspectiva de la política y más verdadera, porque en ella no desaparece la apología de la ipseidad”.
[5] Levinas entiende que el Estado es la representación concreta de la Totalidad, al modo en que el Estado también fue entendido por Hegel.
[6] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 137. Respecto de la noción de ipseidad Levinas señala: “El Yo no es único como la torre de Eiffel o la Gioconda. La unidad del Yo no consiste sólo en encontrarse en un ejemplar único, sino en existir sin tener género, sin ser individuación de un concepto. La ipseidad del Yo consiste en quedar fuera de la distinción de lo individual y lo general”.
[7] Alain Finkielkraut. 1999. La sabiduría del amor. Generosidad y posesión. Barcelona, Gedisa, p.101. En relación con esta última noción, que para Levinas es central, Alain Finkielkraut comenta: “¿Qué es una criatura? Un ser que no deriva del medio o de la estructura en la que ha nacido. Es una existencia salida de otro, pero una existencia en la que no mora ese otro, una aparición que no es una emanación, es decir, que escapa a aquello mismo de que es producto. Situado en su tiempo, modelado por la historia, no por eso el sujeto deja de existir distintivamente: el concepto de creación, en lugar de suponer alienados a los hombres, les asigna una independencia inalienable. Nada que no sean ellos mismos los lleva a responder de sus actos. Ya sea para absolverlos, ya sea para condenarlos, no se puede referir enteramente su conducta a la herencia o al contexto en el cual dicha conducta se despliega”.
[8] Antonio Domínguez Rey. 1997. La llamada exótica. Madrid, Totta, p. 136. Subrayados del autor.
[9] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 304.
[10] Por ejemplo, la idea de “soberanía” del Estado, categoría que debe analizarse desde una ética de la hospitalidad.
[11] Ídem.
[12] Sobre esto, cf. Alain Badiou. 2004. La ética. México D.F., Herder, pp. 27-42. Especialmente el análisis de Badiou sobre el concepto de “derechos humanos”.
[13] Catherine Chalier. 1993. Levinas. La utopía de lo humano. Barcelona, Río Piedras, p.96.
[14] Con respecto a esto, cf. Didier Franck. 2008. L´un-pour-l´autre. Levinas et la signification. Paris, Puf.
[15] Ibíd., p. 98. “Si bien Levinas sostiene que el único valor absoluto reside en la posibilidad humana de dar prioridad al otro por delante de sí, sabe también qué, sin prudencia, la violencia de la injusticia está sin cesar al acecho de ese valor. Ahí reside la fuente de legitimidad del Estado: en esta necesidad de volver prudente a la responsabilidad infinita, llamada, por otro nombre, amor por el otro libre de concupiscencia, o caridad; pero ello quiere también decir que el Estado pierde toda legitimidad si deja de responder a esta vocación. Así, un Estado que no permitiera las relaciones interpersonales, que las suplantará, ya no respondería a esta definición. En esta perspectiva, un Estado totalitario, en el que toda existencia “está de antemano dirigida por el determinismo que es propio del Estado”, carece en absoluto de legitimidad”.
[16] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 305.
[17] Mosés. Au-delá de la guerre, op. cit., p. 16.
[18] John Llewelyn. 1999. Emmanuel Levinas. La genealogía de la ética. Madrid, Ediciones Encuentro, p. 176. El subrayado es del autor.
[19] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 305.
[20] Mosés. Au-delá de la guerre, op. cit., p. 38.
[21] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 305.
[22] G.W.Friedrich Hegel. 1999. Principios de la filosofía del derecho. Barcelona, Edhasa, p. 370. Los subrayados son de Hegel.
[23] Ibíd., p. 404. Más adelante, bajo la forma de un agregado, que reviste una explicación de lo señalado en esta última referencia, Hegel comenta: “El Estado es efectivamente real y su realidad consiste en que el interés del todo se realiza en los intereses particulares. La realidad efectiva es siempre la unidad de la universalidad y de la particularidad, el desprendimiento de la universalidad en la particularidad que aparece como sí fuera independiente, aunque es llevada y mantenida exclusivamente por el todo”.
[24] Ibíd. Principios de la filosofía del derecho, p. 371.
[25] Emmanuel Levinas. 2006. Los imprevistos de la historia. Salamanca, Sígueme, pp. 19-20.
[26] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 276-277.La posesión del hijo por el padre no agota el sentido de la relación que se lleva a cabo en la paternidad en la que el padre se recobra, no solamente en los gestos de su hijo, sino en su sustancia y su unicidad. Pero  no es sólo para mí, porque es yo. Es yo extraño a sí”.
[27] Emmanuel Levinas. 2000. Ética e infinito. Madrid, La Balsa de la Medusa, p. 60.
[28] Emmanuel Levinas. 1993. El tiempo y el otro. Barcelona, Paidós, p. 135.
[29] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 277. “El hijo ansiado en la voluptuosidad – señala Levinas- no se ofrece a la acción, sigue siendo inadecuado a los poderes. Ninguna anticipación lo representa, no lo proyecta, como se dice hoy”.
[30] Es significativa la relación que guarda en este punto el pensamiento de Levinas con Hannah Arentd. Esta última concibe lo humano no bajo la idea del género sino de la pluralidad que se enriquece por el nacimiento.
[31] Levinas. Ética e infinito, op. cit., p. 59.
[32] Levinas. Difícil libertad, op. cit., p. 210: “Todo se reduce, en efecto, para la cosmología antigua, al mundo; para la teología medieval, a Dios; para el idealismo moderno, al hombre. Esta totalización conduce a Hegel: los seres sólo tienen sentido a partir del Todo de la historia, que mide su realidad y abarca a los hombres, los Estados, las civilizaciones, al pensamiento mismo y los pensadores. La persona del filósofo se reduce al sistema de la verdad respecto del cual es un momento”.
[33] Emmanuel Levinas. 1993. Humanismo del otro hombre. Madrid/México, Siglo XXI, p. 60.
[34] Levinas. Los imprevistos de la historia, op. cit., p. 26.
[35] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 277.
[36] Este es un aspecto que Levinas procurará profundizar en la parte quinta de De otro modo que ser, bajo el concepto uno-para-el-otro.
[37] Ibíd., p. 277.
[38] Ibíd., p. 278.
[39] Ídem.
[40] Jean-Luc Nancy. 2006. Ser singular plural. Madrid, Arena Libros, p. 44.
[41] Domínguez. La llamada exótica, op. cit., p. 136: “De este carácter igualitario – comenta Domínguez- surge la fraternidad y, con ella, el tercero u orden social, el nosotros, el diálogo, la familia, procedencias inmediatas del rostro, que impide cualquier gesto totalizante. Esta nueva situación bipolar – ser múltiple y fraterno a la vez que discontinuo o fecundo- constituye el drama del yo en cuanto tiempo también fecundo”. El subrayado es del autor.
[42] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 279.
[43] Domínguez. La llamada exótica, op. cit., p. 135. Subrayado del autor.
[44] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 279. “Deseo – señala Levinas- que no es una falta, Deseo que es la independencia del ser separado y su trascendencia, se cumple; no al satisfacerse y al declararse así necesidad, sino al trascenderse, al engendrar el Deseo”.
[45] Ibíd., p. 279: “La trascendencia – el para el Otro-  la bondad correlativa del rostro, funda una relación más profunda: la bondad de la bondad. La fecundidad que engendra la fecundidad realiza la bondad”.
[46] Ibíd., p. 282.
[47] Nancy. Ser singular plural, op. cit.,  p. 49.
[48] Levinas. Totalidad e infinito, op. cit., p. 285. En relación con esto, Levinas comenta: “En una situación como la paternidad, el retorno del yo hacia el sí que articula el concepto monista del sujeto idéntico se encuentra totalmente modificado. El hijo no es solamente mi obra, como un poema o un objeto. No es tampoco, mi propiedad. Ni las categorías del poder, ni las del saber, describen mi relación con el hijo. La paternidad es una relación con un extraño que al mismo tiempo que es el otro es un yo: una relación del yo conmigo que al mismo tiempo no es yo; y sin embargo soy mi hijo. La fecundidad del yo, es su trascendencia misma”. Los subrayados son del autor.
[49] Guibal. Fenomenología, ontología, metafísica, op. cit., p. 103-104. Respecto de esto, Francis Guibal comenta: “Levinas no transigirá nunca en cuanto a esta trascendencia ética del Rostro, estrictamente correlativa de la unicidad mesiánica del Yo; pero tratará de comprender y de indicar mejor de qué manera esta “significancia propia, independiente del significado recibido del mundo” y de su contexto, puede y debe articularse con el “estar-juntos-en-un-lugar” que define el espacio político. Ya en Totalidad e Infinito, si bien no aparece casi en absoluto la cuestión del “tercero” en tanto humano, esta preocupación se muestra sin embargo en el estatuto acordado al mundo y a la economía: la relación con el Otro, por su misma radicalidad, exige ofrecer y comunicar –con obras y palabras- el mundo vivido y poseído hasta ahora naturalmente por el sujeto pues no hay aproximación ética posible al rostro con las “manos vacías y con la casa cerrada”.  Subrayados del autor.